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viernes, 21 de diciembre de 2018

Comentarios al Evangelio del IV Domingo de Adviento (domingo 23 de diciembre) – Ciclo C – por Monseñor Joao S. Clá Dias, EP*

[…] Sin fe no hay bienaventuranza.
Es interesante analizar el elogio de Isabel a María Santísima, al reconocerla como "Aquella que creyó". Venía ella padeciendo desde hacía seis meses las consecuencias de la incredulidad de su esposo que, por dudar del anuncio angélico sobre el nacimiento de San Juan Bautista, quedó mudo.

Así, Isabel pudo meditar durante largo tiempo sobre la extraordinaria importancia de la virtud de la fe. Y con eso mejor admirar la virginal e inocente fe de María Santísima, que, por creer plenamente en el Ángel, mereció el premio: "Se cumplirá lo que el Señor le prometió".

Creer es seguir el ejemplo de Nuestra Señora, que no exigió explicaciones ni procuró condicionar el anuncio del Ángel a aquello que, según sus criterios, podría ser oportuno. Por el contrario, consintió con docilidad en todo lo que San Gabriel predijo, haciendo evidente que más importante que ser Madre del Redentor - en sí misma una gracia insuperable - es conformarse por entero con los designios de Dios.
En los futuros años de la vida pública de Jesús, cuando le anuncien la presencia de su Madre, Él responderá: "Mi madre y mis hermanos son los que oyen la Palabra de Dios y la observan" (Lc 8, 21); y, más adelante, al oír un elogio hecho a Nuestra Señora por el don de la maternidad divina, dirá también: «Antes bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica»(Lc 11, 28). Con estas afirmaciones, el Maestro dejaría patente que valoraba más la fidelidad de María Santísima a su palabra que el incomparable privilegio de engendrarlo en el tiempo.
Las lecciones de la Visitación de María a Isabel
Visitación, notable sobre todo por su sentido místico y simbólico, es un marco de la Era Cristiana en que se manifestó la mentalidad de María Santísima, toda hecha de admiración, humildad, desprendimiento, afecto, prontitud, servicio, obediencia, alegría y vida interior.
La Virgen visita a su prima Santa Isabel
Si queremos que nuestra vida sea penetrada por esa luz mariana, pidamos a Ella que nos conceda la gracia de participar de su fe, para discernir la actuación del Espíritu Santo en lo cotidiano de nuestra existencia. No es necesario abandonar las obligaciones familiares, profesionales o los deberes del estado inherentes a la vocación de cada uno, pues es precisamente en el ejercicio perfecto de esas actividades que nos santificaremos. Como Santa Isabel, estemos atentos a la presencia de María.
Una de las más bellas lecciones de la liturgia del 4º Domingo de Adviento, por cierto, es la importancia de ser amados por María Santísima. Ella nos ama, no por algún merecimiento nuestro, por lo que tenemos o hacemos, sino porque somos hijos de Dios. Su amor es incondicional. Pidamos con fervor, esta semana que precede a la Navidad, que ella nos habla en el fondo del corazón y nos transforme, a pesar de todos los pesares, en entusiasmados heraldos de Cristo en nuestros días.
(Monseñor Joao S. CLÁ DIAS, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Vol. III, Librería Editrice Vaticana)
Texto original en: Comentários ao Evangelho IV Domingo do Advento – Ano C – Lc1, 39-45
*Fundador de los Heraldos del Evangelio