[…] III
- La alegría está a nuestro alcance
Tener siempre en vista la propia resurrección, a pesar de conocer perfectamente la desintegración de los cuerpos, después de enterrados y transformados en polvo; tener una esperanza de, post mortem entrar en una convivencia eterna con Dios, después de haber recuperado el mismo cuerpo en estado glorioso para en el cielo gozar de la felicidad eterna; ahí está lo que nos da fuerza y coraje. Entonces, ¿por qué correr detrás de alegrías donde no existen?
La insustituible felicidad de la buena conciencia
Muchas veces ignoramos o nos olvidamos que la pérdida de la inocencia bautismal constituye el mayor perjuicio de la vida. Significa perder el mayor tesoro que nos ha sido confiado por las dadivosas manos de la Providencia pues, perdida esta inocencia, luego las malas inclinaciones se manifiestan con más vehemencia y es común que sucedan las caídas, pudiendo incluso llegar el alma a la triste situación apuntada por Nuestro Señor en el Evangelio: "Todo hombre que se entrega al pecado, se convierte en su esclavo" (Jn 8, 34).
De hecho, cuando cometemos la infelicidad de caer en el pecado, estamos
engañosamente buscando una felicidad derivada de un placer, el cual creemos que
es infinito y eterno. Tal placer, sin embargo, es siempre fugaz y sumerge
nuestra alma en la frustración. ¡Oh naturaleza débil! Corres detrás de un vacío
pensando haber encontrado lo absoluto, vas en busca de la alegría donde ella no
se encuentra! Con propiedad afirma San Agustín: "Alegrarse en la
injusticia, alegrarse en la torpeza, alegrarse en las cosas viles e indecorosas...
en todo eso cifra el mundo su alegría; en todo eso que no existiría si el
hombre no quisiera. [...] La alegría del siglo consiste en la maldad impune.
Entregarse a la disolución de los hombres, fornicar, divertirse en los
espectáculos, embriagarse, mancharse de torpezas sin ningún contratiempo: he
aquí la alegría del mundo. Pero Dios no piensa como el hombre, y unos son los
designios divinos, otros los humanos”. [12]Tener siempre en vista la propia resurrección, a pesar de conocer perfectamente la desintegración de los cuerpos, después de enterrados y transformados en polvo; tener una esperanza de, post mortem entrar en una convivencia eterna con Dios, después de haber recuperado el mismo cuerpo en estado glorioso para en el cielo gozar de la felicidad eterna; ahí está lo que nos da fuerza y coraje. Entonces, ¿por qué correr detrás de alegrías donde no existen?
La insustituible felicidad de la buena conciencia
Muchas veces ignoramos o nos olvidamos que la pérdida de la inocencia bautismal constituye el mayor perjuicio de la vida. Significa perder el mayor tesoro que nos ha sido confiado por las dadivosas manos de la Providencia pues, perdida esta inocencia, luego las malas inclinaciones se manifiestan con más vehemencia y es común que sucedan las caídas, pudiendo incluso llegar el alma a la triste situación apuntada por Nuestro Señor en el Evangelio: "Todo hombre que se entrega al pecado, se convierte en su esclavo" (Jn 8, 34).
Corona de Adviento |
Alegría: el verdadero dinamismo interior
Concluyendo, es necesario comprender que, aún en las peores situaciones, jamás debemos abatirnos; al contrario, debemos estar llenos de confianza. Dios, según la enseñanza maravillosa presentada en el Evangelio de este domingo, está continuamente a nuestra disposición y quiso darnos a su propia Madre Santísima para acompañarnos y atendernos. Por lo tanto, sigamos el consejo de San Agustín: “’alegraos siempre en el Señor’, esto es alegrarnos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos en la esperanza de la eternidad, no con las flores de la vanidad. ¡Alegraos de este modo y en cualquier lugar, y en todo tiempo acordaos que ‘el Señor está próximo! No os inquietéis con nada’” [13]
Seamos alegres hasta en las peores tragedias, pues la alegría nos mantendrá el dinamismo y la fuerza necesaria para practicar la virtud. De este modo, el Niño Jesús encontrará nuestras almas prontas para recibirlo en el supremo momento en que nacerá místicamente en la Sagrada Liturgia y en nuestro corazón.
Misa presidida por Monseñor Joao en la Basílica Nossa Senhora do Rosário, Brasil |
*Fundador de Heraldos del Evangelio
[12] SAN AGUSTIN. Sermo CLXXI, n.4. In: Obras. Madrid: BAC, 1958, v.VII, p.147.
[13] Idem, n.5, p.148-149.
Texto completo (portugués) en: Comentários ao Evangelho do III Domingo do Advento ou Gaudete –Ano C-, por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP