“Es por medio de tal lección que Jesús extirpa hasta las raíces la antigua dureza e implanta su nueva caridad”. [29] Cesa el régimen del egoísmo y se abre para la humanidad una vía fundamentada en el amor, que servirá de norte para los cristianos de todos los tiempos. No se trata, sin embargo, de un amor espontáneo y pasajero, fruto de la simpatía natural, de los lazos familiares o del sentimiento humano, sino de un amor que brota de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera y sin ostentación, como expresa con tanta propiedad el vocabulario griego con el término ἀγάπη (ágape, traducido en la Vulgata por diligere).
Es el amor de Dios desbordante de ternura para con
nosotros, del cual el amor entre los hermanos y el “sentimiento cristiano de
amor a los enemigos” [30] son un reflejo. “La palabra ἀγάπη es específicamente bíblica; [...] más
original todavía es la caridad como noción teológica y como principio de la
vida práctica. Es una de las revelaciones más ricas que el Señor trajo al
mundo; los Apóstoles [...] hicieron de la difusión de la caridad divina el
objetivo de su mensaje; y fue esta predicación la que convirtió al mundo”. [31]
Una
invitación para la humanidad en los días de hoy
¿Quién no ha experimentado nunca, al menos una vez en la
vida, la alegría sobrenatural que inunda al alma cuando nos inclinamos con
dedicación y desinterés hacia las necesidades de otro, buscando hacerle bien?
Poseer esta alegría, ahora pasajera, después eterna, es lo que nos propone la
liturgia de hoy. En conclusión, somos invitados a rechazar el error de concebir
el amor como una pura explosión de sentimientos, o como una manifestación de
egoísmo, basado en el interés personal; somos invitados a abrazar la santidad,
procurando hacerlo todo —desde barrer el suelo o limpiar una ventana, hasta
gobernar una nación— por amor y con amor, como el monje sastre, cuya historia
recordamos al inicio de este comentario.
En esta época tan conturbada, en la que los hombres,
quizá más que en el mundo antiguo, van detrás de las ventajas personales y se
debaten en una sociedad dominada por el orgullo, por el odio y por el
desprecio, ignorando las obligaciones de la caridad y dejando de lado la gloria
de Dios, las palabras de Nuestro Señor Jesucristo resuenan, nuevamente, como un
llamamiento al cambio de vida.
No seamos sordos a esta divina invitación. Depositemos nuestra confianza en María Santísima y abracemos el admirable ejemplo del Hombre Dios, que no vaciló al entregar hasta la última gota de sangre y linfa por cada uno de nosotros. Si vivimos en ese estado de espíritu, será posible establecer un ambiente de bienquerencia y respeto que estimule la práctica de la virtud, pues, según las palabras del Apóstol, el amor “es el vínculo de la unidad perfecta” (Col 3, 14). Sólo así construiremos una civilización más cristificada y, al completar la trayectoria de nuestra vida, se abrirán para nosotros las puertas del Cielo. ◊
[29] BERNARD, OP, Rogatien. Le mystère de Jésus. Paris: Amiot-Dumont, 1957, v. I, p. 364.
[30] PRAT, SJ, F. La Théologie de Saint Paul. 38.ª ed.
Paris: Beauchesne, 1949, v. II, p. 562.
Fuente: Mons. João
S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen III, Librería Editrice Vaticana.
[Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio]
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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