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jueves, 10 de febrero de 2022

Bienaventurados seremos, ¡si deseamos las cosas del Cielo! - (Domingo VI - Ciclo C) por Mons. João S. Clá Dias, EP


Al enunciar las bienaventuranzas, el divino Maestro abre una perspectiva religiosa inédita para la humanidad, en la cual la adhesión a Dios ocurre no ya por el impacto de los grandes milagros, sino por una verdadera conversión del corazón.

Vivamos en función del Cielo

El profeta Jeremías, en la primera lectura de este Domingo VI del Tiempo Ordinario, nos ofrece una expresiva imagen de la infelicidad de los que ponen su esperanza en los bienes pasajeros y no en los eternos: «Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; habitará en un árido desierto, tierra salobre e inhóspita» (17, 5-6).

He aquí la gran prueba de todos los bautizados: apegarse a lo que es meramente humano y terreno, olvidándose de su condición de hijos de Dios, o vivir en función de las realidades eternas, a ellas dedicando lo mejor de sus energías.

En el Sermón de la montaña, Jesús nos enseña que la Providencia nos consuela y nos hace bienaventurados ya en esta tierra cuando mantenemos nuestros ojos fijos en el Cielo, en medio de las batallas y los dolores, sabiendo que «los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará» (Rom 8, 18). Pero si, por el contrario, buscamos nuestra propia satisfacción en las locuras del demonio, del mundo y de la carne nos volveremos dignos de los «¡ay!» pronunciados por el Señor.

Cabe hacer aquí un examen de conciencia y preguntarnos: ¿seré yo un bienaventurado o un maldito? Lo cierto es que, si nos entregamos en las manos de la Santísima Virgen y en Ella ponemos toda nuestra confianza, a través de Ella recibiremos gracias para abandonar cualquier vicio, por peor que sea. Y si nos acercamos con frecuencia a los sacramentos, principalmente los de la Eucaristía y la Confesión, sobre nosotros rondará la promesa de Jesús: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna» (Jn 6, 54).

Pidamos que Ellos nos transformen, infundiendo en nuestro corazón el deseo de las cosas del Cielo.

Fuente: Mons. João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen III, Librería Editrice Vaticana.

[Monseñor João Scognamiglio Clá Dias es fundador de los Heraldos del Evangelio]

Se autoriza su publicación citando la fuente.
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