Engañado, el hombre busca la felicidad en los caminos del egoísmo, juzgando que es mucho más feliz cuanto más piensa en sí mismo. Ignora que la verdadera alegría del alma se encuentra sólo en la admiración, en el asombro por lo superior.
– El profeta, hombre que conmueve las conciencias
Dios al crearnos, tuvo en vista nuestra participación en su felicidad eterna. Y para este fin, no nos abandona en ningún instante, siempre velando sobre cada uno como si fuese su hijo único. El cuidado de la madre celosa en relación al niño, por ejemplo, que a todos conmueve, no pasa de un bello, pero pálido símbolo del amor divino.
Así, creados para una eternidad bienaventurada, hemos
grabado en nuestra alma la ley natural, que nos ordena hacer el bien y evitar
el mal, y estamos en constante búsqueda de Dios, como las plantas, a través del
heliotropismo, buscan la luz del sol. Para auxiliarnos en este “teotropismo”,
Dios a través de una persona o de alguna circunstancia, nos estimula a
procurarlo con más celo y amor. Tal papel desempeñaron, los profetas, desde la
antigüedad. […]
El plan de Dios con el instinto de sociabilidad
Este es el gran plan de Dios para la sociedad humana: al
crear a los hombres con el instinto de sociabilidad tan arraigado, tuvo en
vista proporcionarles la posibilidad de unos ayudar a los otros, en la
admiración recíproca de los dones recibidos, de manera que, sobrepasando
comparaciones y envidias, cada cual culmine en el deseo de servir y alabar
aquello que le es superior.
De estas verdades nace una importante consecuencia: el
perdón, fruto de la caridad. En caso de que alguien nos ofenda, debe pronto
brotar del fondo de nuestro corazón un perdón multiplicado por el perdón. Actuando
así, daremos nuestra contribución para tener una sociedad en la que todos se
perdonan mutuamente, pues sin cesar unos quieren elevar a los demás.
Este es uno de los modos más sapienciales de practicar el
amor a Dios en relación a nuestro prójimo: queriendo que éste se eleve siempre
más en la virtud y rindiendo nuestra admiración y alabanza a sus cualidades.
Una sociedad constituida con base en este principio extraído del Evangelio eliminaría tantos horrores de hoy día, y se volvería la más feliz que pueda existir en este valle de lágrimas al hacer que todos se unan en función del amor a Dios.
Nuestra Señora de Fátima |
Cuando esa sociedad se haga realidad, bien podrá ser
denominada Reino de María, pues estará penetrada por la bondad del Sapiencial e
Inmaculado Corazón de la Madre de Dios. Reino en el cual la Santísima Virgen
comunicará a todos una participación en el supremo instinto materno que Ella
tiene por cada uno de nosotros. Y allí comprenderemos completamente lo que Ella
misma dijo en Fátima: "¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!"
(2)
(2) CCE 1268.
Fuente: “O
inédito sobre os Evangelhos” de autoria do Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP
[Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio]
Ilustración superior: Detalle de escultura de uno de los profetas del Antiguo Testamento, del reconocido artista brasileño Aleijadinho (Minas Gerais, siglo XVIII).
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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