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jueves, 29 de julio de 2021

Comentario al Evangelio – Domingo XVIII del T.O. (domingo 1 de agosto) por Mons. João S. Clá Dias, EP

Los hebreos reciben el maná en el desierto, prefigura de la Eucaristía

I – Dios educa al pueblo elegido.

Los textos de la liturgia del 18° domingo del Tiempo Ordinario (en este caso el domingo 1 de agosto) contemplan episodios que, a pesar de la gran distancia cronológica, tienen íntima relación entre sí. La primera lectura, tomada del Libro del Éxodo, relata una murmuración de los hijos de Israel por causa de la escasez de alimento por la que pasaban en el desierto. Estado de espíritu que revela la ingratitud característica de personas de “cerviz dura y corazón de piedra” (Ez 2, 4).
Sin duda, como fácilmente se comprende, debería haber sido muy ardua aquella caminata de un pueblo entero rumbo a la tierra prometida. “Los valles eran cada vez más estrechos; los montes, más sombríos. Y aquel grandioso paisaje montañoso –con sus desfiladeros por los cuales necesitaban pasar apretados- se hacía cada vez más extraño a los israelitas, acostumbrados a las planicies del bajo Egipto. Esta marcha fue extremamente penosa; la alimentación era escasa, e inimaginables preocupaciones por el descanso y por sus mujeres e hijos. Entonces sienten añoranzas por Egipto, donde las fatigas habían sido mayores, pero donde contaban por lo menos con el descanso y la comodidad de la noche. Se apoderó de ellos una profunda nostalgia”. (1) 

En Egipto, a pesar de la dureza inherente de la esclavitud, después del ingrato trabajo diario, no les faltaba la comida en casa. Tengamos en cuenta que, además de la abundancia de peces, las crecidas regulares del río Nilo fertilizaban las tierras de tal manera que, incluso en aquel entonces eran posibles hasta tres cosechas por año.

Y, por supuesto, en la precariedad de una marcha por el desierto, no tenían las mismas posibilidades. Ahora, todo dependía de la Providencia, y muchas veces, por intercesión de Moisés, había que obtener agua de la roca... O sea que la inestabilidad material era completa, debiendo practicar a todo momento actos de confianza en el auxilio divino, en muchas ocasiones contra todas las apariencias […]

III – No miremos hacia atrás

La liturgia de este domingo 1 de agosto se refiere a la felicidad del hombre, cuando sigue enteramente las vías del Divino Redentor. Es la enseñanza de San Pablo a los Efesios, contenida en la Segunda Lectura de este domingo “Hermanos: he aquí, pues lo que yo digo y atestiguo en el Señor: no continuéis viviendo como los paganos, cuya inteligencia los conduce hacia la nada” (Ef 4, 17). Recurriendo al nombre de Dios, él nos alerta que no seamos como los paganos, los cuales ponen su inteligencia en las cosas materiales y acaban adorando ídolos de madera, metal o piedra, lo que en el fondo constituye una forma de adoración de sí mismo.

¡Recibamos diariamente el banquete eucarístico!

“En cuanto a vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. Sobre la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en vuestro espíritu y en vuestra mente. Vestíos del hombre nuevo, creado a imagen de Dios, en la verdadera justicia y santidad (Ef 4, 20-24).

Es preciso renunciar a los errores de la vida pasada, a los malos ambientes, a las amistades inconvenientes, a todo aquello que lleva al pecado. El hombre viejo se rige por una serie de principios erróneos y está dominado por sus pasiones. Ahora bien, el ser humano debe elegir el rumbo de su vida mediante una deliberación de su voluntad, superando, por tanto, la solicitación de sus malas inclinaciones. Si nuestra meta es la gloria de Dios, necesitamos alejarnos de todo cuanto nos vincula al hombre viejo, sin siquiera mirar para atrás para contemplar el pasado, como lo hizo la mujer de Lot (cf. Gn 19, 26). Dice la Escritura: “El can vuelve a su propio vómito” (II Pd 2, 22). ¡No queramos imitarlo!

La revelación de la Eucaristía, alimento que abre el alma para una inmortalidad bienaventurada, constituye la coronación de una didáctica desarrollada durante siglos, desde la peregrinación del pueblo elegido por el desierto hasta el grandioso episodio relatado en el Evangelio de este domingo.

Seamos agradecidos de Dios, pues en este sacramento recibimos beneficios muy superiores a aquellos concedidos al pueblo judío en el desierto, o a las multitudes que fueron a la búsqueda del Divino Redentor movidas por el mero deseo del pan material. ¡Estos lo vieron y oyeron, pero no tuvieron el privilegio, tan a nuestro alcance, de recibirlo diariamente en el banquete eucarístico!

1 SCHUSTER, Ignacio; HOLZAMMER, Juan B. Historia Bíblica. 2ª. Edición Barcelona: Litúrgica Española, 1946, t. I, p.247-248.

Fuente: Comentário ao Evangelho – XVIII Domingo do Tempo Comum – Ano B - por Monsenhor João S. Clá Dias

[Mons. João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio]

Se autoriza su publicación citando la fuente.

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