La escena que nos devela el Evangelio de este domingo -el 3° de la Cuaresma- parece diferir dramáticamente de otras actitudes del Señor. ¿Qué pensar de todo esto? […]
Como reaccionó Jerusalén frente a Jesús
“Mientras Jesús celebraba en Jerusalén la
fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre, ante los milagros que hacía”
(Juan 2, 23).
Este trecho del Evangelio nos coloca en alerta contra un defecto muy peligroso. Nuestro Señor Jesucristo, en calidad de Segunda Persona de la Santísima Trinidad, discierne lo más íntimo de sus criaturas desde toda la eternidad. Así, sabe evaluar tanto la devoción desinteresada de un alma noble, como la saña egoísta de aquellos que se entregan al pecado original: “Pero el mismo Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos. Él no necesitaba que alguien diese testimonio de ningún hombre, pues él sabía bien lo que había en el hombre” (Juan 2, 24-25).
El Divino Maestro, penetrando en aquellos corazones, notaba
que se querían servir de Él. Sí, no es suficiente impresionarnos con milagros
y, con eso, creer en el nombre de Jesús. Nuestro Redentor desea de nosotros un
amor hecho de reciprocidad. “La fe sin las obras es muerta”, dice Santiago (2,
26). Delante del Hombre-Dios es necesario dejarse arrebatar de encanto y
veneración, entregar el alma sin obstáculos ni reservas, y guiar la propia vida
por sus enseñanzas.
Dos lecciones pueden ser sacadas del Evangelio de este
domingo, narrado por San Juan. Él nos exhorta a extraer de nuestros corazones el
pragmatismo, el egoísmo de querer servirnos de Jesús, de las gracias y de la
Religión apenas para nuestro provecho personal, creyendo en su nombre, pero no
cambiando de vida y de costumbres. Es correcto conservar nuestra manera de
vivir y nuestras costumbres, desde que no sean ilícitos. Sin embargo, es
indispensable tener el alma admirativa y sumisa a la Moral y a la Religión
enseñadas por Nuestro Señor, adorándolo en todos los aspectos de sus virtudes. Entusiasmados
por su misericordia y también por su justicia, como Jesús mostró en el episodio
de los mercaderes del Templo. Él quiere ser adorado por nosotros y adorado en
su totalidad.Monseñor Joao S. Clá Dias, EP
Elijamos a María Santísima –insuperable modelo de este amor
a Jesús en su integridad- como nuestra maestra y guía de la entrega sin límites
que debemos hacer a Él, adorándolo en la armonía de sus virtudes aparentemente
contradictorias.
Trechos extraídos del texto original en portugués: Comentários ao Evangelho III Domingo da Quaresma – Jo 2, 13-25 - Ano B
En la ilustración:
Jesús expulsa a los mercaderes del Templo
Canales de los
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