La conversación nocturna.
Recibiendo afablemente un potencial discípulo, Jesús, el primer evangelizador de la Historia, procura prepararlo con cuidado y tacto didáctico para ser capaz de creer en su divinidad.
Ánimos divididos ante la figura de
Jesús
El Evangelio de este domingo (Domingo Laetare o Domingo de Alegría) es la parte final de la conversación nocturna entre Jesús y Nicodemus. Antes de este encuentro, Él había realizado el milagro de las bodas de Caná y expulsado los mercaderes del Templo. Crecía el número de los convertidos, pues todos comprobaban la grandiosidad de Jesús “al ver los milagros que hacía” (Juan 2, 23). Mientras tanto, no era íntegra, como debería ser, la fe de aquellos admiradores, porque las esperanzas del pueblo judío estaban puestas en un Mesías politizado, cargado de cualidades humanas, según el concepto mundano de la época. Por eso “Jesús no se fiaba en ellos” (Juan 2, 24). Si algunos llegaban a discernir los aspectos sobrenaturales de Jesús, sin embargo les faltaba la proporcionada abnegación y entrega para seguirlo incondicionalmente.
A pesar de esto, por parte del pueblo sencillo la nota
tónica era de franca simpatía.
No sucedía lo mismo con las autoridades religiosas. Surgió delante de ellos un profeta predicando una doctrina nueva, dotada de potencia que sacudía la estructura de los principios religiosos aprendidos por ellos en una escuela de larga tradición. Sobre esta dificultad, se suma otra grave: la expulsión de los mercaderes del Templo. Por causa de esto, los ánimos estaban cargados de fuertes susceptibilidades, y la figura de Jesús, además de crearles un tormentoso problema de conciencia, a cada paso les hacía sangrar las mal cicatrizadas heridas del resentimiento. […]
Jesús en la conversación nocturna con Nicodemus. |
IV – Oración Final
Jesús, en su infinita bondad, quiso lo mejor para el alma de
Nicodemus a lo largo de esa conversación nocturna, la cual pasó a la historia y
hoy se despliega ante mis ojos, en esta Liturgia. Cuando me coloco en el lugar
de Nicodemus, brotan en el fondo de mi corazón anhelos de adoración,
arrepentimiento y súplica, frente a esta Luz que vino al mundo:
“No permitas, oh mi Jesús, que yo haga parte de los que
odian la luz. Hace con que crea ‘en el nombre del Hijo Unigénito de Dios’. Por
María Santísima, te pido, concédeme la gracia de un dolor pleno de mis faltas,
considerándome el mayor de todos los pecadores, sin jamás perder la confianza
en el ilimitado valor de tu preciosísima sangre. Aumenta mi esperanza, mi fe y
mi amor a Vos, para que, en tu luz, yo pueda contemplar la luz por toda la
eternidad. Amén”.
Trechos extraídos del texto original en portugués: Comentários ao Evangelho IV Domingo da Quaresma – Ano B - Domingo Laetare
Se autoriza su publicación citando la fuente.
Monseñor João S. Clá Dias es fundador de los Heraldos del Evangelio.
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