Al recibir una señal de su Pasión próxima, Jesús ve venir la hora de la glorificación.
La liturgia
selecciona el Evangelio de este domingo con el fin de preparar la Pasión de
nuestro Salvador. La muerte de Jesús se acerca y, al mismo tiempo, ya se
anticipan los primeros destellos de su posterior glorificación. “Per crucem ad lucem –llegará a los
esplendores del triunfo por medio de la cruz. Analicemos la narración de San
Juan Evangelista. […]
Gloria y vanagloria
El Doctor Angélico comienza por preguntarse si el deseo de gloria es pecado. Para responder, él recuerda que, según San Agustín, “recibir gloria es recibir brillo”. Y continúa: “El brillo tiene una belleza que impresiona las miradas. Es la razón por la cual la palabra gloria implica la manifestación de algo que los hombres consideran bello. (…) Pero, como aquello que es especialmente brillante puede ser visto por la multitud, incluso de lejos, la palabra gloria indica precisamente que el bien de alguien llega a la aprobación y conocimiento de todos”. Habiendo definido así el sentido de “gloria”, él afirma: “"Que se conozca y apruebe su propio bien, no es pecado". Igualmente “no es pecado querer que sus buenas obras sean aprobadas por los otros, pues se lee en San Mateo (5, 16): ‘Brille vuestra luz delante de los hombres’. Así, el deseo de gloria de sí, no se refiere a nada de vicioso”.
Mons. Joao Clá Dias |
En sentido contrario,
Santo Tomás explica que el apetito de la gloria vana es vicioso y se verifica
en tres circunstancias: 1) cuando la realidad de la cual se quiere sacar la
gloria no existe o no es digna de gloria; 2) cuando las personas con quienes se
busca la gloria no tienen opiniones confiables; 3) cuando el deseo de gloria no
está relacionado con el fin necesario: la honra de Dios o la salvación del
prójimo. En la secuencia de este raciocinio, Santo Tomás de Aquino afirma: “El
hombre puede desear encomiablemente su propia gloria para el servicio de los
demás, como está dicho (Mt 5, 16): ‘para que vean vuestras buenas obras y
glorifiquen vuestro Padre que está en los cielos’.” La gloria que podemos
recibir de Dios no es vana, y ella está prometida en recompensa por las buenas
obras. […]
Dos lecciones
El Evangelio de este
5° Domingo de Cuaresma nos trae dos bellas e importantes lecciones: para la
gloria de Dios, no sólo debemos aceptar el sacrificio de nuestra propia vida,
como también apartarnos de la vanagloria; y si fuese necesario, buscar la
verdadera gloria para el bien de los otros y de nosotros mismos. “Christianus alter Christus” (el
cristiano es otro Cristo). Tenemos la obligación de ser otros Cristos con
respecto al fin último para el que fuimos creados y redimidos: “ad majorem Dei gloriam”, para la mayor
gloria de Dios, según el lema elegido por San Ignacio de Loyola para su
Compañía de Jesús.
Trechos extraídos del texto original en portugués: Comentário ao Evangelho do 5° Domingo da Quaresma – Ano B- Jo 12, 20-33
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza la publicación citando la fuente.
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