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viernes, 24 de enero de 2020

Comentario al Evangelio III Domingo T.O. (domingo 26 de enero) por Mons. João S. Clá Dias, EP


[…] No había llegado el momento de manifestarse como el Hijo de Dios.

23 Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y predicando el Evangelio del Reino de Dios, y curando todas las enfermedades entre el pueblo.

Después de largas décadas en el silencio oculto de Nazaret, vemos ahora al Salvador en pleno ejercicio de su misión pública, predicando sobre el Reino de Dios, curando los enfermos y expulsando los demonios. No sabemos decir cuánto duró esta celosa actividad apostólica, pero no sería exagerado suponer que se extendió por varios meses.

Es rica en contenido la apreciación hecha por los Profesores de la Compañía de Jesús, a propósito de este versículo 23: “El evangelista resume en estos pocos versículos la misión de Cristo en Galilea: En los capítulos siguientes (5-7) él nos lo va a presentar primero como un gran doctor anunciado por los profetas y, después (8-9), como taumaturgo que hace toda clase de milagros para confirmar la veracidad de su doctrina. Aquí, en general, nos dice que Jesús recorría los poblados de Galilea, sin duda acompañado de los discípulos que acababa de escoger, enseñando la Buena Nueva –es este el significado de la palabra Evangelio-, la cual era la venida próxima del Reino de los Cielos (v. 17). Predicaba, como anota el evangelista, en las sinagogas. […] Predicaba también, como insinúa el evangelista y veremos más adelante, en los campos y en las plazas. Confirmaba la verdad de su doctrina con milagros, que eran al mismo tiempo obras de caridad, curando toda especie de enfermedades. Esas curas milagrosas eran una de las características del Mesías anunciada por los profetas, especialmente por Isaías (35, 5-6)” 10.

La convicción de Jesús en relación a su papel de Mesías jamás podrá ser puesta en duda. Su simple genealogía sería suficiente para demostrarlo; sin hablar, entonces sobre las revelaciones hechas por San Gabriel, tanto a la Virgen Madre cuanto a Zacarías, la presencia de los pastores en el Pesebre, la visita de los Reyes Magos y la propia respuesta dada a María al reencontrarlo en el Templo: “¿No sabéis que es preciso que yo cuide los intereses de mi Padre?” (Lc 2, 49). Estos hechos evidencian cuán grande y exacta era la compenetración que Él poseía en relación a su misión.

Decapitación de San Juan Bautista
Sin embargo, si de un lado la conciencia al respecto de los fines –inmediato y último – era clarísima ab initio y nunca creció ni, menos aún, disminuyó, su manifestación a los otros fue progresiva. Aquí en la Galilea encontramos el Divino Maestro en una etapa inicial.

Era no sólo prematuro, sino hasta imprudente, revelar en todo o en parte su divinidad. Sólo mucho más tarde –unos dos años después del Bautismo en el río Jordán- Pedro proclamará su filiación divina, por pura revelación del Padre, e inmediatamente, los apóstoles recibirán la orden de mantener el asunto en sigilo.

La misma norma de conducta será impuesta a los demonios de los posesos (cf. Lc 4, 33-41, etc.) y a los propios enfermos milagrosamente curados (cf. Mt 12, 16, etc.). Y si así no fuese, el resultado sería incontrolable, debido a la fuerte impresionabilidad de las multitudes a propósito de un Mesías político. En vista de la reacción de la gente después de la multiplicación de los panes (cf. Juan 6, 14-15).

En el último año de su vida pública, la manifestación será rodeada de un esplendor exuberante. Pero, en este período de Galilea, “el Evangelio del Reino de Dios” es predicado por el Hijo del hombre a una opinión pública con insuficiente fe para reconocer la infinita grandeza del Hijo de Dios.

10) La Sagrada Escritura — Texto y comentario por Profesores de la Compañía de Jesús. Madrid: BAC, 1961, p. 54.