[…] 33 Yo no lo conocía, pero el que me mandó bautizar en agua, me dijo:
Aquel sobre quien veas descender y reposar el Espíritu, ese es el que bautiza
en el Espíritu Santo.
Reafirma San Juan Bautista no haber conocido
antes a Jesús. Se comprende su insistencia a este respecto, pues los lazos
familiares eran fuertes en aquellos tiempos y había riesgo de interpretar las
palabras del Precursor bajo una mirada meramente humana.
Era indispensable poner la atención de todos en el origen divino de sus proclamaciones, de aquí la referencia a Aquel que lo había mandado a bautizar.
Era indispensable poner la atención de todos en el origen divino de sus proclamaciones, de aquí la referencia a Aquel que lo había mandado a bautizar.
34 Yo lo vi, y di testimonio que Él es el Hijo de Dios.
Sí, Jesús es el Unigénito del Padre. Mientras
todos los otros –incluida la Santísima Virgen- somos hijos adoptivos, Jesús es
generado y no creado, desde toda la eternidad. Juan ya había declarado sobre el
Mesías el Cordero de Dios, que bautizaría en el Espíritu Santo. Sin embargo, esta es la primera vez que declara
tratarse específicamente del Hijo de Dios.
Conclusión:
castigo de la ambición y de la envidia
El castigo de Dios a la ambición y a la envidia
no sólo se hace efectiva en la eternidad, sino también en esta vida. Quien se
deja arrastrar por estos vicios, pierde la noción del verdadero reposo y pasa a
vivir constantemente en la preocupación, en la inquietud y en la ansiedad. Siempre
estará atormentado por el pavor de quedar al margen, de ser olvidado, igualado
o superado. Su existencia será un infierno anticipado y estas pasiones se
constituirán en sus propios verdugos.
San Juan Bautista |
Por el contrario, cuánta felicidad, paz y
dulzura tienen las almas que son desprendidas, reconocedoras de los bienes y de
las cualidades ajenas, restituidoras a Dios de los dones concedidos por Él.
Entremos en la escuela de María Santísima, y aprendamos de
Ella a restituir a Dios nuestro ser, nuestra familia y todos nuestros haberes. Ella
nos enseñará a glorificar al Señor por haber contemplado nuestro nada y, como
resultado, nuestro espíritu exultará de alegría (Lc 1, 47), a ejemplo de su
primer discípulo, San Juan Bautista.