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sábado, 18 de enero de 2020

Comentario al Evangelio II Domingo T.O. (domingo 19 de enero) por Mons. João S. Clá Dias, EP


[…] 33 Yo no lo conocía, pero el que me mandó bautizar en agua, me dijo: Aquel sobre quien veas descender y reposar el Espíritu, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo.

Reafirma San Juan Bautista no haber conocido antes a Jesús. Se comprende su insistencia a este respecto, pues los lazos familiares eran fuertes en aquellos tiempos y había riesgo de interpretar las palabras del Precursor bajo una mirada meramente humana.

Era indispensable poner la atención de todos en el origen divino de sus proclamaciones, de aquí la referencia a Aquel que lo había mandado a bautizar.

34 Yo lo vi, y di testimonio que Él es el Hijo de Dios.

Sí, Jesús es el Unigénito del Padre. Mientras todos los otros –incluida la Santísima Virgen- somos hijos adoptivos, Jesús es generado y no creado, desde toda la eternidad. Juan ya había declarado sobre el Mesías el Cordero de Dios, que bautizaría en el Espíritu Santo.  Sin embargo, esta es la primera vez que declara tratarse específicamente del Hijo de Dios.

Conclusión: castigo de la ambición y de la envidia

El castigo de Dios a la ambición y a la envidia no sólo se hace efectiva en la eternidad, sino también en esta vida. Quien se deja arrastrar por estos vicios, pierde la noción del verdadero reposo y pasa a vivir constantemente en la preocupación, en la inquietud y en la ansiedad. Siempre estará atormentado por el pavor de quedar al margen, de ser olvidado, igualado o superado. Su existencia será un infierno anticipado y estas pasiones se constituirán en sus propios verdugos.

San Juan Bautista
Por el contrario, cuánta felicidad, paz y dulzura tienen las almas que son desprendidas, reconocedoras de los bienes y de las cualidades ajenas, restituidoras a Dios de los dones concedidos por Él.

Entremos en la escuela de María Santísima, y aprendamos de Ella a restituir a Dios nuestro ser, nuestra familia y todos nuestros haberes. Ella nos enseñará a glorificar al Señor por haber contemplado nuestro nada y, como resultado, nuestro espíritu exultará de alegría (Lc 1, 47), a ejemplo de su primer discípulo, San Juan Bautista.