[…] El
alma es divinizada.
Sí, filiación real, porque por medio de este
Sacramento [el Bautismo] Dios injerta en nosotros su propia vida. No como lo es,
un reboque extrínseco a una pared y que no la modifica internamente, sino como
si alguien, por milagro, inyectase oro en esa misma pared, al punto de casi no
verse más arena o yeso, pero sí el precioso metal. Esta figura todavía es
inadecuada y pobre para expresar lo que sucede en el alma cuando le es
infundida una cualidad sobrenatural que la hace deiforme, o sea, semejante a
Dios en su propia divinidad. Y con la gracia santificante el alma recibe, por
acción divina, las virtudes –fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia,
fortaleza y templanza- y los dones del Espíritu Santo –sabiduría,
entendimiento, ciencia, consejo, piedad, fortaleza, temor-, por los cuales comienza
a obrar como Dios.
En este mundo, ¿cuántas
veces las personas anhelan un lugar en una universidad, un trabajo, un club u
otros lugares que las puedan prestigiar? Ahora bien, en el Cielo tenemos
reservado un lugar eterno, un trono extraordinario, una corona de gloria, a
partir del momento en que las aguas bautismales caen sobre nuestra cabeza,
constituyéndonos herederos de Dios y garantizándonos la convivencia con Él en
una felicidad sin fin.
El gran problema de nuestros días es haber sido
olvidada esta verdad. Vivimos en una civilización –si así podemos llamarla- hecha
de pecado, especialmente la impureza, la rebelión contra Dios y el
igualitarismo. En ella la humanidad ignora lo principal de su existencia: el
llamamiento para esa filiación divina. ¡Cuánto precisaríamos crecer en la
devoción a nuestro Bautismo personal, al Bautismo de los otros con quienes nos
relacionamos! ¡Que veneración deberíamos conservar por la pila bautismal donde
fuimos bautizados! ¡Cómo tendríamos que celebrar con fervor el día de nuestro
Bautismo considerándolo mucho más importante que el propio día del nacimiento,
porque en él nacemos para la vida sobrenatural, nacemos para el Cielo! He aquí
la maravilla que nos recuerda el Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo.
(CLÁ DIAS EP, Mons. Joao Scognamiglio in: “Lo Inédito sobre los Evangelios”, Vol.
I Librería Editrice Vaticana)