La gran fe demostrada por los Reyes Magos en la Epifanía
nos recuerda la parábola del grano de mostaza. Él es minúsculo, pero una vez
plantado, crece y se transforma en un frondoso arbusto. Ahora bien, este Niño
que viene al mundo en una Gruta y hoy manifiesta su divinidad a los soberanos
venidos de Oriente, después morirá en el Calvario y de su costado traspasado
por la lanza brotará la Santa Iglesia. Ésta nace sin ningún templo, de forma
apagada, se desarrolla y, en cierto momento, toma cuenta del Imperio Romano,
hasta expandirse por todo el mundo.
Cuántas familias, pueblos y naciones enteras a
lo largo de la Historia se pondrán en camino, a semejanza de los Magos, para
seguir una estrella: la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. ¡Sí! Ella, la
distribuidora de los Sacramentos, promotora de la santificación y dispensadora
de todas las gracias, cumple el papel de una estrella brillante delante de
nuestros ojos, a través del esplendor de su liturgia, de la infalibilidad de su
doctrina, de la santidad de sus obras, invitándonos a obedecer la voz del Divino
Espíritu Santo que habla en nuestro interior. De este modo, la Iglesia promueve
un nuevo florecer del sentido de lo maravilloso en los corazones de sus hijos,
que parece decirnos: “¡Mira como Dios es bello! Él es el autor de todo esto”.
Esta estrella es para nosotros, por lo tanto, la
alegría de la existencia, y la seguridad de nuestros pasos, el sustento de
nuestro entusiasmo y del amor a Dios. Sobre todo, esta estrella es la garantía
de una eternidad feliz. Quien a ella se abrace habrá conquistado la salvación,
quien se separe de ella seguirá por otros caminos y no llegará a la Belén
eterna, donde está aquel Niño, ahora sí, glorioso y resplandeciente por los
siglos de los siglos.
(CLÁ DIAS EP, Mons. Joao Scognamiglio In: “Lo inédito
sobre los Evangelios” Vol. I, Editrice Vaticana)
Texto original: Comentários à Solenidade da Epifaníado Senhor –Ano A