[…] La oración humilde salvó al publicano pecador -
13 El
cobrador de impuestos, sin embargo, quedó distante, y ni se atrevía a levantar
la mirada; pero se golpeaba el pecho diciendo: ‘¡Mi Dios, ten
piedad de mí que soy pecador!’
Actitud, espíritu y palabras completamente
diferentes de las asumidas y formuladas por el fariseo. En el publicano, todo
es humildad, contrición y un pedido de clemencia. Usando una costumbre que ya
no se ve en las Iglesias, se golpeó el pecho sin respeto humano. Contrariamente
a las "modas piadosas" de hoy, nada de liviandad de espíritu, de disipación
o de perpetua agitación; hablaba con Dios. Bien diferente a otros que ahora
entran a las iglesias sin siquiera haber hecho una oración. El publicano nos da
muchos ejemplos, incluido el meollo de su solicitud: "Dios mío, ten piedad
de mí, porque soy un pecador".