Dios nos llevará
hasta el final
El
Evangelio de este 2º Domingo de Adviento, al mostrarnos la estrecha relación
entre la conversión y la felicidad, nos propone un desafío. Por un lado,
comprendemos la necesidad de poner en práctica las amonestaciones de San Juan
Bautista, reformándonos espiritualmente. De otro, nos pesan las consecuencias
del pecado original y de nuestros pecados actuales, y vemos cuán incapaces
somos de llevar a cabo una reforma interior sin la fuerza de la gracia de Dios.
¡No conseguimos siquiera hacer digna penitencia por nuestras faltas! Es el
desafío de la santidad, ante el cual se encuentra todo cristiano. Nos
corresponde no desanimar nunca, sino creer con fe robusta que Él, habiendo
comenzado en nosotros esa buena obra, la llevará a la perfección, según escribe
San Pablo a los Filipenses en el pasaje escogido para la lectura de este
domingo. (cf. Fi 1, 6). Tal obra se inicia con el Bautismo, cuando Dios
introduce en el alma la gracia, haciéndola participar de la vida divina. Como
una semilla, debe desarrollarse durante toda la existencia, "hasta
alcanzar en cada uno de nosotros la plenitud que corresponda al grado de nuestra
predestinación en Cristo". [1]