Pidamos a la Virgen que nos hable en el fondo del corazón y nos
transforme.
Es interesante analizar el elogio de Isabel a María Santísima, al reconocerla como "Aquella que creyó". Venía ella padeciendo desde hacía seis meses las consecuencias de la incredulidad de su esposo que, por dudar del anuncio angélico sobre el nacimiento de San Juan Bautista, quedó mudo.
Así, Isabel pudo
meditar durante largo tiempo sobre la extraordinaria importancia de la virtud
de la fe. Y con eso admirar mejor la virginal e inocente fe de María Santísima,
que, por creer plenamente en el Ángel, mereció el premio: "Se cumplirá lo
que el Señor le prometió".
Creer es seguir el
ejemplo de la Santísima Virgen, que no exigió explicaciones ni procuró
condicionar el anuncio del Ángel a aquello que, según sus criterios, podría ser
oportuno. Por el contrario, consintió con docilidad en todo lo que San Gabriel
predijo, haciendo evidente que más importante que ser Madre del Redentor - en
sí misma una gracia insuperable - es conformarse por entero con los designios
de Dios. En los futuros años de la vida pública de Jesús, cuando le anuncien la
presencia de su Madre, Él responderá: "Mi madre y mis hermanos son los que
oyen la Palabra de Dios y la observan" (Lc 8, 21); y, más adelante, al oír
un elogio hecho a la Virgen por el don de la maternidad divina, dirá también:
«Bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc
11, 28). Con estas afirmaciones, el Maestro dejaría patente que valoraba más la
fidelidad de María Santísima a su palabra que el incomparable privilegio de
engendrarlo en el tiempo.
Las lecciones de la Visitación de María a Isabel
Visitación, notable
sobre todo por su sentido místico y simbólico, es un marco de la Era Cristiana
en que se manifestó la mentalidad de María Santísima, toda hecha de admiración,
humildad, desprendimiento, afecto, prontitud, servicio, obediencia, alegría y
vida interior.
Si queremos que
nuestra vida sea penetrada por esa luz mariana, pidamos a Ella que nos conceda
la gracia de participar de su fe, para discernir la actuación del Espíritu
Santo en lo cotidiano de nuestra existencia. No es necesario abandonar las
obligaciones familiares, profesionales o los deberes del estado inherentes a la
vocación de cada uno, pues es precisamente en el ejercicio perfecto de esas
actividades que nos santificaremos. Como Santa Isabel, estemos atentos a la
presencia de María.
Una de las más
bellas lecciones de la liturgia del 4º Domingo de Adviento [se celebra este
domingo 22 de diciembre], por cierto, es la importancia de ser amados por María
Santísima. Ella nos ama, no por algún merecimiento nuestro, por lo que tenemos
o hacemos, sino porque somos hijos de Dios. Su amor es incondicional. Pidamos
con fervor, esta semana que precede a la Navidad, que ella nos hable en el
fondo del corazón y nos transforme, a pesar de todos los pesares, en
entusiasmados heraldos de Cristo en nuestros días. ◊
Fuente:
Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II,
Librería Editríce Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP
es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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