(Solemnidad de Corpus Christi o del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo)
Grandeza
del misterio de la Eucaristía -
La Eucaristía es uno de los misterios más profundos de nuestra Fe: las apariencias, los sabores y los aromas son de pan y vino; sin embargo, tanto en una como en la otra especie, sólo encontramos la sustancia del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo. Los sentidos nos presentan una realidad, pero nuestra fe nos propone otra, en la cual creemos.
Si,
como enseña Santo Tomás, “el bien de la gracia de un solo individuo es superior
al bien natural de todo el universo”, [1] ¿qué decir de la mínima fracción
visible de una Hostia consagrada? Ahí está Cristo mismo. No se trata de una
gota de gracia, sino del propio Autor de la gracia. Es algo cuyo valor
sobrepasa a la creación entera, incluyendo el orden de la gracia. Reunamos las
gracias que los Ángeles y los hombres han recibido y han de recibir, y las que
existen en el más alto grado en María Santísima, y todas ellas sumadas no
pueden ser comparadas a lo que hay en una sola partícula consagrada: ¡la
recapitulación del universo (cf. Ef 1, 10) bajo las apariencias de pan!
La
grandeza contenida en este Sacramento es inexpresable para el lenguaje humano.
Todo cuanto existe en la creación fue promovido por Dios en orden a Jesucristo,
cuyo supremo acto de amor hacia los hombres consistió en instituir la
Eucaristía para proporcionarnos una extraordinaria forma de unión personal con
el Verbo Encarnado. A las palabras que el sacerdote pronuncia en la
Consagración el mismo Dios obedece y entonces se obra el milagro más grande
sobre la faz de la tierra. Por esta maravilla, bien podemos medir cuánto Él nos
ama de una manera inconmensurable. […]
Fuerzas
para enfrentar las dificultades
Hay
muchas situaciones en las cuales una persona se siente espiritualmente anémica:
ocasiones próximas de pecado que se presentan o circunstancias favorables al
empobrecimiento espiritual, en fin, innumerables ocasiones que pueden minar la
fortaleza del alma. Entonces, ¿dónde podremos recuperar las fuerzas? En la
Eucaristía. Un ejemplo de ello nos lo da —entre otros numerosos santos—, Santo
Tomás de Aquino. Celebraba su Misa a primera hora de la mañana y enseguida
asistía a la de otro fraile. [2] Según consta, incluso le gustaba acolitar las
Misas de sus hermanos de hábito. “Hablando de los Sacramentos —decía en una
audiencia el Papa Benedicto XVI—, Santo Tomás se detiene de modo particular en
el misterio de la Eucaristía, por el cual tuvo una grandísima devoción, hasta
tal punto que, según los antiguos biógrafos, solía acercar su cabeza al
Sagrario, como para sentir palpitar el Corazón divino y humano de Jesús”. [3]
Sepamos
retribuir sin medida
Lamentablemente,
a menudo no consideramos en profundidad todos los beneficios recibidos en esta
sagrada convivencia con la Eucaristía, en la cual nuestro Divino Redentor se
halla realmente presente como cuando obró la transformación del agua en vino en
las Bodas de Caná, o cuando resucitó a Lázaro, o cuando expulsó a los
mercaderes del Templo. ¿Qué no daríamos por presenciar un único milagro de
Jesús o escuchar alguno de sus sermones? ¿O incluso recibir una sola mirada
suya? Cuando lleguemos al Cielo, si Dios nos concede esa suprema gracia,
comprenderemos que un instante de adoración eucarística compensa mil años de
sacrificios en la tierra.
Y
sin embargo, hoy tenemos a Jesús Sacramentado en los Tabernáculos siempre a
nuestra disposición; en todo momento está esperándonos con gracias insignes,
deseoso de recibir nuestra pobre visita. Si en la Encarnación Dios quiso unirse
a la más pura de las criaturas, en la Santa Comunión celebra sus bodas con cada
persona en particular, en una unión sin paralelo. “El alma se une de tal manera
a Cristo que, por así decirlo, pierde su propio ser y deja vivir en ella tan
sólo a Jesús. [4] Perderse en el Señor como una gota de agua en el océano. Y la
correspondencia de nuestro amor hará más profunda y perfecta tal unión.
Pidamos
a Jesús Sacramentado, en esta fiesta de la Eucaristía, un amor íntegro y una
entrega total a Él, única restitución digna por todo lo que recibimos de Él. Y
rebosemos de alegría y entusiasmo al ser tan amados individualmente por un Dios
que, ya en esta vida, es nuestra “recompensa muy abundante” (Gen 15, 1). ◊
Fuente: Monseñor João S. Clá
Dias, EP in “Lo inédito sobre los
Evangelios” Volumen II, Librería Editríce Vaticana.
[1]
Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q.113, a.9, ad 2.
[2]
Cf. GRABMANN, Martín. Santo Tomás de Aquino. 2. ed. Barcelona: Labor, 1945,
p.29.
[3]
BENEDICTO XVI. Audiencia General, de 23/6/2010.
[4]
Cf. SAN PEDRO JULIÁN EYMARD. A divina Eucaristia. São Paulo: Loyola, 2002,
v.II, p.126.
Monseñor João S. Clá Dias, EP
es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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