El hombre fue creado por Dios para vivir en sociedad, bajo dos autoridades: la temporal y la espiritual. ¿Cuál debe ser su actitud ante una y otra? Este es el tema del Evangelio de este domingo 29 del Tiempo Durante el Año. […]
La enseñanza de Jesús sobre la armonía
entre el orden espiritual y el temporal
Las cosas de Dios y
las cosas de la tierra no deben ser antagónicas. Al contrario, entre ellas debe
haber colaboración. En la armonía entre ambas esferas, la temporal y la
espiritual, está el secreto del progreso. Y la Historia nos muestra que nada
puede haber de más excelente que seguir el consejo de Nuestro Señor: “Buscad el
reino de Dios y su justicia, y todas las cosas se os darán por añadidura” (Lc
12, 31).
Dicho sea de paso, en
esta asociación y colaboración entre lo espiritual y lo temporal es que, según
su carisma, se esfuerzan los Heraldos del Evangelio; en actuar procurando la “consecratio mundi”, la sacralización
del orden temporal, como laicos, y siendo hijos amorosos de la Iglesia, fieles
al Papa, como instrumentos de la Nueva Evangelización.
Armonía dentro de nosotros
Se puede decir que
hay una especie de convivio entre las dos esferas dentro del propio hombre, una
vez que tenemos para con nosotros deberes referentes a nuestra vida espiritual
y a las necesidades de nuestro cuerpo. Sobre esto, comenta Santo Tomás de
Aquino en la Catena Aurea:
“También podemos
entender este pasaje [del Evangelio] en el sentido moral, porque debemos darle
al cuerpo algunas cosas, como el tributo al César, esto es, lo necesario; pero
todo lo que corresponde a la naturaleza de las almas, esto es, lo que se
refiere a la virtud, lo debemos ofrecer al Señor. Los que enseñan la ley de
modo exagerado y ordenan que no cuidemos en absoluto las cosas debidas al
cuerpo… son fariseos, que prohíben pagar el tributo al César; y los que dicen
que debemos conceder al cuerpo más de lo que debemos, son herodianos. Nuestro
Salvador quiere que la virtud no sea despreciada, cuando prestamos demasiada
atención al cuerpo; ni que sea oprimida la naturaleza, cuando nos dedicamos con
exceso a la práctica de la virtud”.
Concluyamos,
siguiendo el consejo de San Agustín: si nos preocupamos con las monedas en las
cuales está grabada la efigie del César, mucho más debemos preocuparnos con
nuestras almas, en las cuales Dios grabó su propia imagen. Si la pérdida de un
bien terreno nos entristece, mucho más nos debe apenar el causar daño a nuestra
alma por el pecado. ◊
Fuente: Monseñor João
S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre
los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su
publicación citando la fuente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario