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sábado, 5 de agosto de 2023

Comentario al Evangelio de la Fiesta de la Transfiguración del Señor (Ciclo A) por Mons. João Clá Dias, EP

¿Cómo será la gloria del Cielo?

Hemos sido creados para la bienaventuranza, pero ¿cómo será ésta? En la Transfiguración, el divino Maestro levanta el velo de la eternidad que nos aguarda si le somos fieles hasta el final.

Jesús se transfiguró para cada uno de nosotros

Todas esas consideraciones sobre la alegría del Cielo nos hacen comprender mejor el significado del Tabor. Cuando Jesús se transfigura ante los apóstoles, también lo hace delante de cada uno de nosotros, porque la liturgia permite beneficiarnos hoy de la efusión de gracias que hubo en aquel acontecimiento, hace dos mil años. Participamos de la misma admiración de San Pedro, de San Juan y de Santiago. Y a distancia entendemos —quizá todavía mejor que los apóstoles en ese momento— el mensaje que el divino Maestro quiere transmitir para nuestro bien.

Cuando el cristiano sigue con fidelidad los pasos de Jesús, tiene en su vida espiritual momentos de Tabor, en los que ve con particular claridad el resplandor del Señor. Es la hora de la Transfiguración. Podrá ser en una celebración litúrgica, al recibir la Eucaristía, durante una confesión, cuando hace una oración marcadamente fervorosa o incluso en una circunstancia inesperada de su día a día. El que elije la ocasión para favorecer al alma con gracias místicas es el Espíritu Santo. El recuerdo de esas inefables consolaciones debe ser guardada en la memoria con cuidado, como el que pega en un álbum las fotos de los mejores episodios de su vida, para revivir más tarde la felicidad de aquellos instantes únicos.

También, en sentido contrario, el buen cristiano tiene a lo largo de la caminata terrena sus viernes santos. Es entonces cuando más se asemeja al Salvador. Serán simples dificultades, podrá ser una persona enferma, problemas familiares, reveses financieros, dramas, desilusiones, decepciones o tragedias que nunca faltan… Parece, pues, que hemos sido abandonados por Dios, que no escucha nuestras plegarias, nuestro grito de angustia, y somos tentados contra la fe, vacilamos, dudamos. Da la impresión de que Jesús está distante. Pero no es así. Está más cerca de nosotros, por mucho que no sintamos su presencia a nuestro lado. Por lo tanto, debemos hacer un pequeño esfuerzo, que no cansa ni da trabajo, de rememorar nuestros momentos de transfiguración en los que percibimos su auxilio con más intensidad, su amor de Padre y su solicitud de Pastor en relación con nosotros. Ese sencillo recuerdo nos fortalecerá en la fe, podrá reavivar las consolaciones con las que hemos sido favorecidos en el pasado y nos ayudará a atravesar los períodos de aridez o las pruebas y tribulaciones de la existencia. La esperanza del premio eterno es un valioso aliento para soportar con resignación cristiana la cruz de todos los días, de la misma forma que los tres apóstoles tuvieron más ánimo durante la Pasión por haber sido testigos de la Transfiguración, y San Juan pudo estar al pie de la cruz, en el Calvario, junto con María Santísima y las Santas Mujeres. Sepamos darle valor a esos destellos de Tabor, porque son la clave de nuestra vida espiritual, el fundamento de nuestra perseverancia.

Fuente: Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II, Librería Editrice Vaticana.

Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.

Se autoriza su publicación citando la fuente.

Ilustración: «La Transfiguración de Jesús», por Fra Angélico - Museo de San Marcos, Florencia

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