El invencible auxilio de Jesús.
Al dar de comer a aquella multitud, teniendo apenas un diminuto número de panes y peces, Jesús demostró su poder sobre los alimentos, hecho ya comprobado en las bodas de Caná. Bajando del monte, después de haber pasado la noche en oración, mostró su dominio sobre las aguas, los vientos y las olas agitadas. Y al usar estos elementos para avanzar en la búsqueda de sus discípulos, también manifestó cuánto se aplica su omnipotencia a su cuerpo sagrado. La sensibilidad de sus testigos estaba, de este modo, preparada para la revelación sobre la Eucaristía, que se realizaría en breve.
Por otro lado, la barca,
sacudida por la tempestad, transportando sus apóstoles, podría bien ser la
imagen de la Iglesia en lucha, en los mares de este mundo, en plena noche,
procurando desembarcar en las márgenes del Reino Eterno. Ella es invencible
porque en esa solidez fue erigida por su Fundador y, por esto, resiste a todas
las fuerzas que contra ella se levantan.
Sobre la montaña de Dios, se
encuentra Jesús, rezando a solas. Y, en los momentos más críticos, surge Él en
auxilio de la humana debilidad de los suyos. Nada será obstáculo para aquellos
que pidan su amparo. Se trata de saber qué pedir. Quien se deje avasallar por
el temor, frente a los riesgos y amenazas, confiando más en sus propias
fuerzas, que en Jesucristo, será derrotado. Por el contrario, armándose de
robusta e inquebrantable fe, todo podrá.
A pesar de los pesares, si
alguien que está cercano a Jesús siente la impotencia de su naturaleza, un
grito de socorro será suficiente para que Él le extienda la mano y lo lleve a
la barca. Subiendo en ella, los elementos se calmarán por su simple presencia
y, al fin de su existencia, arribará en las playas de la Eternidad. Al
desembarcar, entenderá con enorme consolación el papel de Aquella que en cierto
momento recomendó: “Hagan todo lo que Él les diga” (Juan 2, 5).
No es sin sabiduría y propósito
que San Hilario así concluyó: “Y cuando venga el Señor, encontrará su Iglesia
cansada y rodeada de los males que el Anticristo y el espíritu del mundo
suscitarán. Y como las costumbres del Anticristo impulsarán a los fieles a todo
tipo de tentaciones, ellos tendrán miedo hasta la venida de Cristo, por el
temor que el Anticristo les infundirá por medio de las falsas imágenes y
fantasmas que les presentará. Pero el Señor, que es tan bueno, aleja de ellos
este temor diciendo: ‘Soy yo’, y aparta, por la fe en su venida, el inminente
peligro”. [1] ◊
[1] Apud AQUINO, Santo Tomás de. Catena Áurea.
Fuente: Monseñor João
S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre
los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su
publicación citando la fuente.
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