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miércoles, 26 de julio de 2023

Comentario al Evangelio – Domingo XVII del Tiempo durante el Año (Ciclo A) por Mons. João Clá Dias, EP

 

Entreguémonos a Jesús sin reservas

Aunque de sublime sencillez, las tres parábolas de este domingo están cargadas de significado y, sobre todo, de exigencias. Escucharlas implica una invitación a cambiar por completo de mentalidad, dándole a Dios el predominio absoluto que le es debido en cualquier estado de vida. Debemos sellar nuestros corazones con su amor y dedicarle únicamente a Él cada instante de nuestra vida, lo que requiere una actitud radical. Se vuelve necesario comprender, como se ha dicho antes, la existencia de tan sólo dos caminos —el de la salvación y el de la perdición— y, ante esta disyuntiva, empeñarse con todas las fuerzas interiores por alcanzar la anhelada meta del Paraíso celestial.

Desgraciadamente son incontables los católicos tibios que, a lo sumo, le dan a Dios una parte de sus corazones y el resto al mundo. Respecto a esta clase de discípulos superficiales y a veces impostores, advierte San Juan: «Conozco tus obras, tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Sé vigilante y reanima lo que te queda y que estaba a punto de morir, pues no he encontrado tus obras perfectas delante de mi Dios. Acuérdate de cómo has recibido y escuchado mi palabra, y guárdala y conviértete. Si no vigilas, vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré sobre ti» (Ap 3, 1-3).

Así pues, urge tener cuidado con la tentación de la mediocridad. Las virtudes cardinales buscan la equidad entre dos extremos malos. Por ejemplo, la fortaleza vence a la pusilanimidad y domina la audacia temeraria. No sucede lo mismo, sin embargo, en relación con las virtudes teologales, entre las que se encuentra la caridad. Por el hecho de referirse directamente a Dios, no existe en ella término medio. Se trata de una virtud extremada, como enseña San Bernardo cuando afirma que «la medida del amor a Dios es amarle sin medida». [1] El propio Santo Tomás, en su célebre himno Adoro te devote, le suplica a Dios: Fac me tibi semper magis credere, in te spem habere, te diligere —haz que yo crea más y más en ti, que en ti espere, que te ame.

El mediocre o tibio peca, como se ha mencionado arriba, contra el primer y más importante mandamiento, que nos ordena: «Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 5). Para ser fiel a tal precepto, necesitamos concentrar nuestras energías en este santo afecto, tratando de crecer en él sin cansarnos o desistir jamás, porque el Altísimo es infinitamente digno de ser amado.

Muchos hombres, no obstante, reducen este mandamiento a la observancia sumaria de algunos actos de culto o a un comportamiento indolente que se limita a evitar los desvíos morales extremos. De modo que, viviendo mal el mandamiento del amor, caen de una forma casi imperceptible en el abismo del pecado mortal y en la esclavitud a ciertas pasiones desordenadas, y aún así, engañados por la apariencia de bien que creen practicar, se juzgan buenos porque «no hacen mal a nadie». El Apocalipsis vuelve a quitarles la venda de los ojos a estos mediocres, a fin de que puedan reconocer su estado y penitenciarse: «Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca» (3, 15-16).

Respecto de Dios vale el dicho popular: o todo o nada. Pensar en darle sólo un poco o una parte es una ilusión. Ante la inagotable bondad divina y del fascinante resplandor de su inigualable belleza solamente cabe una actitud: dejar de lado nuestro apego a las criaturas y entregarle por completo, sin reservas ni condiciones, nuestro corazón.

La Santísima Virgen María será la intercesora de todos aquellos que, reconociendo sus flaquezas, sepan recurrir a Ella suplicándole esta gracia: darlo todo a Dios, darlo para siempre y darlo con alegría.

[1]  SAN BERNARDO DE CLARAVAL. «Tratado sobre el amor a Dios», c. VI, nº 16. In: Obras Completas. 2ª ed. Madrid: BAC, 1993, t. I, p. 323.

Fuente: Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana.

Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.

Se autoriza su publicación citando la fuente.

Ilustración: El Juicio final, de Fra Angélico - Galería Nacional de Arte Antiguo, Roma.

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