La admiración transforma
En cierto sentido, todos somos Zaqueo. Estando en esta vida en un estado de prueba, en cualquier momento Nuestro Señor Jesucristo puede venir hacia nosotros y llamarnos, usando una lectura, una conversación, una predicación, o quizás a través de un movimiento interno de la gracia.
¿Cómo responderemos
nosotros si, como al publicano, Él nos dijese: "baja rápido, porque hoy me
quedo en tu casa"? “¿Sabremos imitar la generosidad de Zaqueo y,
anticipándonos a la amonestación del Señor, respondiendo con espontánea
prontitud ‘de aquí en adelante, quiero firmemente no pecar más’?” [1]
Todo dependerá de la
admiración que tengamos. El camino de la conversión del publicando, narrado en
este trecho del Evangelio, comenzó con un mero sentimiento de curiosidad para
con aquel Hombre del cual él tanto oyera hablar. Pero, por la acción de la
gracia, se transformó en deseo de conocerlo, hablarle y estar con Él, dando
inicio al proceso que habría de tornarlo en un verdadero “hijo de Abrahán.
Como Zaqueo, también así
debemos reaccionar nosotros, huyendo de las multitudes y subiendo al “árbol de
la admiración” para contemplar mejor al Divino Maestro. Porque quien está
tomado de verdadera admiración, escucha la palabra del Señor, observa sus
preceptos y enfrenta todas las dificultades para seguirlo, hasta el final.
Arduo sería evaluar hasta
qué punto son profundas las consecuencias de este volverse admirativo para lo
que es superior, si no fuese Santo Tomás de Aquino quien nos lo enseña: “La
primera cosa que entonces [al alcanzar el uso de la razón] le sucede al hombre
es pensar y analizarse a sí mismo. Y si se ordena al debido fin, conseguirá por
la gracia la remisión del pecado original”. [2] ¡O sea, se derraman sobre él
los mismos efectos del Bautismo sacramental! [3]
Esta osada afirmación del
Doctor Angélico es analizada en profundidad por Garrigou-Lagrange, según el
cual, si un niño no bautizado y educado entre infieles, al llegar al pleno uso
de la razón amar eficazmente “el bien honesto por sí mismo y más que a sí
mismo”, estará justificado. “¿Por qué? Porque de este modo ama eficazmente a
Dios, autor de la naturaleza y soberano bien, confusamente conocido; amor
eficaz que en el estado de caída no es posible sino por la gracia, que eleva y
cura”. [4]
En efecto, en la admiración
por el bien el hombre se torna semejante al objeto de su admiración. Al
contrario, al cerrarse sobre sí mismo, juzgando en eso encontrar la felicidad,
llena su alma de amargura, tristeza y frustración, pues la desvía de su
finalidad suprema que es Dios. “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón
estará inquieto mientras no repose en ti”, [5] enseña el gran San Agustín.
A través de la admiración
por los reflejos del Creador, a ejemplo de María Santísima, Madre de todas las
admiraciones, nos identificaremos mejor con Jesús, modelo perfectísimo de todos
los hombres. ¡Habrá entrado, la salvación en nuestra casa, por la puerta de la
admiración! ◊
[1] KOCH, SJ, Anton;
SANCHO, Antonio. Formación básica del predicador y del conferenciante. La
gracia. Barcelona: Herder, 1953, t.IV, p.304
[2] SANTO TOMÁS DE
AQUINO, Suma Teológica, I--II, q.89,
a.6.
[3] Cf. Idem, III, q.66,
a.11, ad.2 e q.68, a.2.
[4] GARRIGOU-LAGRANGE,
Réginald. El Sentido Común, la Filosofía del ser y las fórmulas dogmáticas.
Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1944, p.338-339.
[5] SAN AGUSTÍN.
Confesiones, L.I, c.1.
Fuente: CLÁ DIAS EP, Mons.João Scognamiglio In: “Lo inédito
sobre los Evangelios” Volumen III, Librería Editrice Vaticana).
Ilustración: Nuestro Señor
Jesucristo encuentra a Zaqueo – Basílica de Paray le Monial (Francia)
Se autoriza su publicación
citando la fuente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario