Vigilancia y Oración -
Constituía un verdadero sueño, para todo judío, la implantación de un reino mesiánico, de carácter político, sobre la Tierra. El anhelo constante de los israelitas era ver su pueblo dominando las otras naciones. Los propios apóstoles, en distintas ocasiones, buscaban saber del Divino Maestro si no había llegado la hora para la implantación de esa nueva era.
La parábola del juez y la
viuda se inserta bien en las consideraciones a este respecto. En los versículos
anteriores (Lc 17, 20-37), Jesús diserta sobre el Reino de Dios extendido a todos
los hombres por la venida del Salvador, ya presente entre ellos. Advierte a los
asistentes de cuánto es indispensable estar prevenidos para el gran día del
Juicio, ya que su fecha no se puede conocer. Sobre la vigilancia, imposible que
haya mejores consejos.
Pero la vigilancia sola no
es suficiente: “Vigilad y orad para no caer en tentación”, dice Nuestro Señor
Jesucristo (Mt 26, 41). Faltaba una palabra de incentivo a la oración. De allí
la “parábola para mostrar la importancia de rezar siempre y no cesar de
hacerlo”.
Este “siempre” no
significa que debemos rezar a cada segundo, las veinticuatro horas del día,
sino que se hace indispensable mantener una continuidad moral, una incansable
frecuencia en la oración. Este “siempre” puede ser sinónimo de “vida entera”.
“No cesar de hacerlo”, a pesar de los atrasos en ser atendido, enfrentando o no
obstáculos, en la salud o en la enfermedad, en la consolación o en la aridez.
Nadie puede prescindir de la oración
No pensemos que este es un
simple consejo de Jesús. ¡No! Es un precepto, una obligación, nadie puede
prescindir de la oración. Y cuanto más alto se sube en la vida interior, mayor
será el deber y la constancia en la oración.
“Vigilad y orad”, nos dice
el Divino Maestro, y San Pablo insistirá: “Permaneced vigilantes en la oración”
(Col 4, 2) y “Orad sin interrupción” (I Tes 5, 17). Nuestra propia naturaleza
tiznada por el pecado nos exige esa actitud frente a la oración; y más aún,
también así nos manda a proceder la Santa Iglesia, según determina el Concilio
de Trento: “Dios no manda imposibles; y al mandarnos una cosa, nos determina
hacer lo que podamos y pedirle ayuda para poder hacer aquello que no podemos” [1].
Por otro lado, la atención
por parte de Dios será completa. Él no mira el tipo de necesidad o el origen o
el tamaño de la misma, porque nada le es imposible. Acontecimientos, amenazas,
riesgos, hombres, demonios, etc., todo está en las manos de Él y bastará un
ínfimo acto de su voluntad para resolver cualquier problema. ¡Sin embargo, no
olvidemos que si nos vamos a enfrentar a una dificultad, usando sólo nuestros
dones y fortalezas naturales, la promesa de Dios no estará allí comprometida!
¡Es necesario que lo molestemos! Él lo exige. Aún más, debemos ser incesantes y
hacerle una especie de "presión moral" sin cansarnos. ¡La continua
oración de los elegidos, en medio de las dificultades clamando a su Padre, es
infalible!
Mons. João Clá Dias, EP |
Además, consideremos la
absoluta necesidad de la oración, en relación a la salvación eterna, de acuerdo
a las fervorosas palabras de un gran Doctor de la Iglesia, San Alfonso María de
Ligorio: “Terminemos este punto concluyendo de todo lo que hemos dicho que
quien reza seguramente se salva y quien no reza seguramente se condena. Todos
los bienaventurados, exceptuando los niños, se salvaron por la oración. Todos
los condenados se pierden porque no oraron; si hubiesen rezado no se habrían
perdido. Y esta es y será la mayor desesperación en el infierno, ya que ellos
podrían haber logrado la salvación fácilmente cuando fue suficiente para
pedirle a Dios las gracias necesarias, pero ahora estos desgraciados no tienen
tiempo ya para pedir”. [2]
Recordemos el maternal
consejo de María Santísima: “Hagan todo lo que Él les diga” (Juan 2, 5). Con
estas palabras, Ella nos confirma, al finalizar los comentarios del Evangelio
de este domingo, cuánto es indispensable rezar siempre. Y si queremos ser atendidos
con mayor profusión y prontitud, hagámoslo a través de su poderosa intercesión.
Así, estaremos complaciendo a Jesús, que será aún más propicio ante nuestras
súplicas.
[1] Decreto sobre la
justificación, cap. XI.
[2] La oración, el gran
medio de la salvación, Cap. I
Fuente: CLÁ DIAS EP, Mons.
Joao Scognamiglio. In: “Lo inédito sobre los Evangelios” Vol. III, Librería
Editrice Vaticana).
Se
autoriza su publicación citando la fuente
Ilustración superior: La oración en el Huerto. Museo San Pío V, Valencia.
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