¡Es la Pascua del
Señor!
Después de cuarenta días de espera y penitencia, acompañamos de cerca los dolores inenarrables de Nuestro Señor Jesucristo en la Semana Santa. Y finalmente celebramos la Resurrección del Señor –misterio esencial de nuestra Redención-, cuyas alegrías y aleluyas se extenderán durante cincuenta días, recordando el tiempo que Jesús estuvo junto a los suyos en la Tierra, hasta subir a los cielos, y el período en el cual la Santísima Virgen y los apóstoles aguardaron la venida del Espíritu Santo. Y un tiempo de júbilo, que significa el paso de la vida anterior, marcada por la culpa original, para la vida nueva traída por Jesús, abriendo las puertas del Cielo, que estaban cerradas para la humanidad. […]
La alegría de la
resurrección final
Mientras tanto tengamos presente que Nuestro Señor
Jesucristo vendrá a juzgar los vivos y los muertos. Luego, a la voz de comando
de Él, en un solo instante, las almas encontrarán nuevamente los cuerpos,
asistidas por los Ángeles de la Guarda que se encargarán de recoger las cenizas.
[12] En tanto peregrinamos en este valle de lágrimas, recordemos que hay apenas
dos caminos al término de los cuales nos espera la eternidad feliz en el Cielo
o la sufriente e infeliz, en el infierno. ¡No hay una tercera vía!
Después de nuestra resurrección, cuando finalmente
salgamos de ese “ovo”, la contemplación de Dios nos colmará de tanta alegría y
consuelo que no habrá más posibilidad del menor sufrimiento. Será un gozo
espiritual, ya que nuestros ojos carnales no fueron hechos para ver a Dios. No obstante,
es necesario que el cuerpo acompañe el alma en este estado, dada la entrañable
unión entre ambos. De este modo, él se tornará espiritualizado y a tal punto el
alma lo dominará que, por un simple deseo, ésta elaborará las propias ropas sin
necesidad de recurrir a ilustres sastres. Por fuera aparecerán las maravillas
colocadas en el interior por un don divino, conforme afirma San Pablo, en la
segunda lectura: “Cuando Cristo, vuestra vida, aparezca en su triunfo, entonces
vosotros apareceréis también con Él, revestidos de gloria” (Col 3, 4). La
resurrección producirá en cada bienaventurado una tan grande transformación que
no nos reconoceremos más.
He aquí el futuro que nos aguarda, tan superior a
cualquier expectativa que no somos siquiera capaces de imaginar cómo será. “Cosas que los ojos no vieron, ni los oídos
oyeron, ni el corazón humano imaginó, tales son los bienes que Dios ha
preparado para aquellos que lo aman” (I Cor 2, 9). Pidamos a Cristo Jesús que
nos conceda, en su infinita misericordia, la plenitud de la vida sobrenatural
conquistada por su Muerte y Resurrección.
[12] Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III,
Suppi., q.77, a.4, ad 4.
Fuente: Mons. João Clá Dias, EP In: “Lo inédito sobre los Evangelios”, Vol. III, Librería Editrice Vaticana.
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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