Con respecto a nosotros, católicos, no podemos
ignorar tal realidad, en la cual estamos inmersos. Y debemos estar muy atentos
para un aspecto de suprema importancia: este embate se traba también dentro de
nosotros. De la misma manera como en el Paraíso terrestre existía la serpiente,
en nuestro interior hay serpientes que hacen un trabajo mucho más ladino que el
demonio con Eva. Son nuestras malas tendencias, en virtud del pecado original,
siempre escondidas, esperando una oportunidad para arrastrarnos al partido de
los tibios e indiferentes. En esa batalla interna nos toca mantener el mal
amordazado y humillado, y dar al bien toda la libertad, lo que sólo podemos alcanzar
con la gracia de Dios.
Cierto es que cuanto más avanzamos en la virtud, más
puede levantarse contra nosotros una fuerte oposición del poder de las
tinieblas. Dos mil años de historia de la Iglesia nos muestran con qué facilidad esa oposición se transforma en odio y en persecución. No obstante, no
temamos, con lo que nos pueda suceder, seguros de que, como dice San Pablo,
“todas las cosas confluyen para el bien de aquellos que aman a Dios, de
aquellos que son elegidos, según sus designios” (Rm 8, 28).
Avancemos así, seguros con los ojos fijos en Aquel
que “se manifestó para destruir las obras del demonio” (I Juan 3, 8), pues
¿quién es el diablo en comparación con Nuestro Señor Jesucristo?
El mal es limitado,
el bien infinito
Como enseña la filosofía perenne, el mal es una ausencia de bien. El mal absoluto no existe, al contrario de lo que pretenden las corrientes dualistas. Tratándose de una mera negación del bien, por sí solo no tiene fuerza para derrotarlo. Dios es el Sumo Bien, el Bien en esencia, y quien se una con integridad a Él, en consecuencia se tornará invencible, como que revestido de la propia omnipotencia divina.
Mons. João S. Clá Dias, EP |
De estas reflexiones, nacidas de la Liturgia que abre
la Semana Santa, debemos sacar una lección para nuestros días, en que el mal y
el pecado campean con arrogancia por el mundo entero: de la lucha entre el bien
y el mal resulta necesariamente la victoria del bien, de modo que, temprano o
tarde, los justos serán premiados y “harán brillar como una antorcha su
justicia” (Ecl 32, 20). En el momento en que una parte ponderable de la
humanidad da las espaldas a su Creador y Redentor, somos llamados a creer con
firme confianza que, como Nuestro Señor triunfó antaño contra las apariencias
de derrota, triunfará de nuevo restableciendo el verdadero orden: “En el Señor
pongo mi esperanza, espero en su palabra” (Sl 129, 5).
Fuente: CLÁ DIAS EP, Mons. João Scognamiglio. In: “Lo
inédito sobre los Evangelios” Volumen III, Librería Editrice Vaticana).
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su
publicación citando la fuente.
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