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domingo, 8 de diciembre de 2019

La gloria de la Inmaculada Concepción por Mons. Joao Clá Dias, EP


Según la expresión repetida por muchos santos, de Maria nunquam satis, de María nunca sabremos lo suficiente. [7] Y así como nunca nos sentimos lo suficientemente satisfechos al oír hablar de Ella, tampoco nos contentaremos nunca cuando se trata de glorificarla. Establecida la Solemnidad de la Inmaculada Concepción en el tiempo de Adviento, la Iglesia suspende el carácter de austeridad de este tiempo litúrgico para celebrarlo con gran pompa y alegría. Entre la abundancia de comentarios a que tal conmemoración da lugar, recordemos que este don especialísimo de María es un triunfo del mismo Jesús, pues todo lo que Ella posee se debe al hecho de ser su Madre. Por tal razón, las alabanzas que tributamos a la Madre tienen como causa y término final al Hijo.

Y la maternidad divina fue precisamente uno de los argumentos en los cuales la piedad popular se apoyó para sustentar la Concepción Inmaculada, mucho antes de la proclamación del dogma. Por el proceso natural de la gestación, la Santísima Virgen dio su sangre para la constitución física del Salvador, de modo que la Carne y la Sangre de Jesús son la carne y la sangre de María. Sería absurdo imaginar al Hombre Dios siendo formado a partir de sangre impura, en un claustro materno manchado por el pecado original, porque de una fuente impura no puede brotar lo que es puro. En virtud de la Encarnación del Verbo, María tenía que estar exenta del pecado. Y si defendemos la divinidad de Jesucristo, es forzoso que defendamos también la Inmaculada Concepción de su Madre.

Otro hermoso aspecto de ese privilegio es la gloria que éste significa para la Iglesia, de la cual la Santísima Virgen es Madre. Siendo misión de la Iglesia combatir el pecado, disminuir sus efectos y distribuir la gracia a las almas, no puede haber honor más grande para ella que tener una Madre y Reina Inmaculada y llena de gracia. Pero, también con relación a María la Iglesia ejerció la función de santificar con una perfección imposible de ser igualada en cualquier otra criatura: durante los años en que la Santísima Virgen vivió después de la Ascensión de Jesús, orientando y amparando maternalmente a la Iglesia naciente, Ella se benefició del sacramento de la Eucaristía, y cada comunión aumentaba en Ella, en proporciones inmensas, el extraordinario tesoro de gracia recibido en su Concepción Inmaculada.

7) Cf. SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n.10. In: Œuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p.492-493).

Fuente: Comentario al Evangelio – SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA – 8 DE DICIEMBRE