[…] V – Conclusión -
Ahora sí, estamos aptos para entender y amar a fondo el
significado del Evangelio de este domingo. La respuesta al pueblo y a los
príncipes de los sacerdotes que escarnecían a Jesús: “Salvó a los otros,
sálvese a sí mismo, si es el Cristo, el escogido de Dios” (v.35), como también
a los propios soldados romanos a sus insultos: “Si es el Cristo, sálvate a ti
mismo” (v. 37), claramente reflejado en las premisas hasta aquí expuestas.
Eran hombres sin fe y desprovistos del amor de Dios,
juzgaban los acontecimientos en función de su egoísmo y, por lo tanto, llevados
a olvidarse de su contingencia. Cegados por Dios, alejados de su inocencia
primitiva, perdieron la capacidad de discernir la verdadera realidad detrás y
por encima de las apariencias de derrota que cubrían al Rey eterno traspasado
de dolor sobre el madero, despreciado hasta por las blasfemias de un mal
ladrón. No recuerdan más los portentosos milagros operados por Él, ni siquiera
sus palabras: "¿Crees que no puedo rogarle a mi Padre y que tendría más de
doce legiones de ángeles a mi disposición?" (Mt 26, 53). Sí, si fuese su
voluntad, en una fracción de segundo podría revertir gloriosamente aquella
situación y manifestar la omnipotencia de su realeza, pero no lo quiso, como lo
hizo en otras ocasiones: "Jesús, sabiendo que vendrían a buscarlo para
hacerlo rey, se retiró, solo a la montaña" (Juan 6, 15).
Cristo Rey |
Quien percibió en su substancia la realeza de Cristo fue el
buen ladrón, por haberse dejado influenciar por la gracia. Extremadamente
arrepentido, aceptó con resignación los castigos que le infligieron, y al
reconocer la inocencia de Jesús en lo más profundo de su corazón, proclamó los
secretos de su conciencia para defenderla de las blasfemias de todos: “¿Ni
temes a Dios, estando en el mismo tormento? En cuanto a nosotros se hizo justicia, porque
recibimos el castigo que merecían nuestras acciones, pero Él no hizo ningún mal”
(vv. 40-41). He aquí la verdadera rectitud. Primero, humildemente tener dolor
de los pecados cometidos; en seguida, con resignación abrazar el castigo
respectivo; finalmente, venciendo el respeto humano, ostentar bien alto la
bandera de Cristo Rey y suplicarle: “¡Recuérdate de mi, cuando entres en tu
Reino!” (v. 42)
Tengamos siempre bien presente que sólo por los méritos infinitos
de la Pasión de Cristo y auxiliados por la poderosa mediación de la Santísima
Virgen nos tornaremos dignos de entrar en el Reino.
Siguiendo los pasos de la conversión final del buen ladrón,
podremos esperar con confianza oír un día la voz de Cristo Rey diciéndonos también
a nosotros: “En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (v. 43).
(CLÁ DIAS EP, Mons. João Scognamiglio in: “Lo inédito sobre los Evangelios”, Vol. III, Librería Editrice
Vaticana)