El secreto del
verdadero éxito.
El corazón humano anhela realizarse de un modo más brillante, pero las pasiones desordenadas lo llenan de vanas ilusiones. ¿Qué hacer? Jesús nos muestra el secreto para lograr el auténtico y duradero éxito.
El camino más
seguro al Cielo
El
Evangelio de este vigésimo quinto domingo del Tiempo Ordinario constituye un
enorme desafío para cada fiel. Las enseñanzas del divino Maestro, en palabras y
gestos, nos indican el camino de la inocencia y de la humildad como vía
privilegiada para acceder al Paraíso celestial. Sin embargo, hacernos como
niños, sin pretensiones y del todo serviciales, puede parecer un ideal cándido
y fácil, pero no lo es.
El
orgullo tiene tal dinamismo y está tan arraigado en el corazón humano que sólo
la gracia de Dios puede extirparlo. ¿Y qué decir de la tendencia a conformar
nuestro modo de pensar con la opinión mundana dominante? Se hace necesario, por
tanto, rezar con insistencia y tenacidad, suplicando a María Santísima su
potente intercesión a fin de que seamos liberados de las malas inclinaciones
que nos esclavizan a nuestros propios caprichos y a los desatinos de este
mundo.
Además,
una importante virtud —la cual le faltaba a los Apóstoles y escasea en los
medios católicos actuales— se presenta como el antídoto de la mediocridad y, en
consecuencia, del orgullo. Se
trata de la esperanza.
Los
discípulos se encontraban bajo la influencia de cierto ateísmo práctico que se
respiraba entre los judíos de aquel tiempo a causa de los efluvios maléficos
esparcidos por los saduceos y los fariseos. La expectativa de la Redención se
había falseado con una imagen terrena y política del futuro Mesías, que no
correspondía a los verdaderos anhelos de Israel. Ante todo, el pueblo elegido
precisaba de una salvación espiritual, que lo purificara de sus pecados y le
abriera las puertas de una vida sin fin, celestial y angélica. Pero las élites
rechazaban esa visión, sedientas como lo estaban de poder y de deleites. No
poseían, pues, la indispensable virtud de la esperanza.
Para
romper tal influjo, en primer lugar Nuestro Señor les revela a los Apóstoles su
Pasión, Muerte y Resurrección. Panorama más sobrenatural que este era
imposible. No obstante, retraídos y tediosos, guardan silencio. Entonces el
divino Maestro les habla de la humildad, exhortándolos a que se hicieran
pequeños como el niño al que había abrazado.
Si
hubieran abierto su corazón a la perspectiva de la eternidad, habrían sido más
humildes y generosos, porque para conquistar un premio tan sublime como el
Cielo cualquier sacrificio o renuncia parece pequeño. Tanto más que Nuestro
Señor les había prometido, a los que se humillaran, ser exaltados hasta los tronos de los ángeles.
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Monseñor João S. Clá Dias, EP |
Resulta
difícil ser humilde si no se vive con intensidad y alegría en la esperanza de
la gloria definitiva. Por otra parte, sólo los humildes encuentran la llave del
verdadero éxito para sus vidas y tienen abiertas ante sí las puertas de la
eternidad feliz.
Que
la Santísima Virgen María, abismo de humildad y Madre de la Esperanza, nos
asista y guíe a fin de que, viviendo más para el Cielo que para esta tierra,
seamos mansos y humildes de corazón como su Hijo. Así pues, derrotadas las
insidias del demonio y de sus secuaces, podremos alcanzar, victoriosos, la meta
excelsa que se nos propone: el Cielo.◊
Fuente:
Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen II,
Librería Editríce Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP
es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Ilustración principal: Nuestra
Señora de la Humildad, por Fra Angélico – Galería Nacional de Parma (Italia).
Se autoriza su publicación
citando la fuente.
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