¿Vivimos injertados en Cristo o en el mundo? ¿Dónde encontraremos paz de alma y cómo podremos cumplir la finalidad sobrenatural para la cual hemos sido creados?
La adhesión al Señor acarrea lucha
En este contexto se
comprende mejor la advertencia del Divino Maestro, mencionada anteriormente:
“No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar
paz, sino espada” (Mt 10, 34). Si pertenecemos al mundo, no causamos extrañeza
en los círculos sociales y somos aceptados con naturalidad. Sin embargo, a
partir del momento en que cambiamos de conducta y adecuamos la vida a la Ley de
Dios, pasamos de la paz a la espada. Se rompe esa conexión con nuestro ambiente
y nos convertimos en una piedra de escándalo, a semejanza del Divino Maestro
(cf. Lc 2, 34), porque la observancia de las reglas de la moral constituye un “non licet tibi — no te es lícito” (Mt
14, 4), que suscita problemas de conciencia en los pecadores y provoca
indignación. Por eso, los buenos no son tolerados y son perseguidos, muchas
veces, incluso por los más cercanos.
La paz concedida
según el mundo significa dar rienda suelta a las pasiones. Se hace lo que se
quiere, aunque sea pecado. ¡Qué importa! Esa es la falsa paz de la que hablaba
el profeta: “deceperint populum meum
dicentes: Pax, et non est pax —han extraviado a mi pueblo diciendo ‘¡Paz!’
y no había paz” (Ez 13, 10).
Por el contrario,
enseña San Agustín, la verdadera paz es la tranquilidad en el orden. Así pues,
la paz de alma sólo puede venir de la práctica de la virtud, la cual supone el
combate a las tentaciones del demonio, del mundo y de la carne. No habrá un
solo instante en que nuestras pasiones no nos soliciten el pecado y los apegos
desordenados a tantas personas o cosas.
De esta forma, todo
hombre tiene ante sí sólo dos caminos: vivir de la savia divina o de la savia del
mundo. No existe otra hipótesis. He aquí el gran dilema de cada alma y de la
Historia. Cuando, finalmente, la humanidad resuelva cooperar con la gracia de
Dios y empiece a vivir exclusivamente de la savia divina, maravillas se
obrarán, “como fruto de las grandes resurrecciones de alma de la que los
pueblos también son susceptibles. Resurrecciones invencibles, porque no hay lo
que derrote a un pueblo virtuoso y que verdaderamente ame a Dios”. [1] ◊
[1] CORRÊA DE
OLIVEIRA, Plinio. Revolução e Contra-Revolução. 5a. ed. São Paulo: Retornarei,
2002, p.132.
Fuente: Monseñor João
S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre
los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
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