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jueves, 15 de junio de 2023

Comentario al Evangelio – Domingo XI del Tiempo durante el Año (Ciclo A) - por Mons. João Clá Dias, EP

 

No son pocos los que sacrificaron su propia vida a lo largo de la Historia, por Dios o por un ser querido. Pero por un enemigo, ¿quién estaría dispuesto a hacerlo? Es lo que Jesús hizo para salvarnos a cada uno de nosotros.

El Reino anunciado en el siglo xxi

A la vista de esos poderes conferidos por Jesús a los Doce, así como a numerosos varones justos en los primeros tiempos de la expansión del cristianismo, es oportuno que nos preguntemos por qué esas maravillas ya no se repiten con igual frecuencia. La respuesta la dio San Gregorio Magno a finales del siglo vi: «Estas cosas eran necesarias en los comienzos de la Iglesia, pues para robustecer la fe en la multitud de los creyentes debía nutrirse con milagros […]. En realidad, la Santa Iglesia hace a diario espiritualmente lo que entonces hacían corporalmente los Apóstoles».[1] Exactamente, no podemos olvidar ese importante aspecto que subraya el santo doctor. La Iglesia obra, a través de los Sacramentos, prodigios aún mayores, en beneficio de las muchedumbres que padecen alguna enfermedad espiritual: lava el alma leprosa de las inmundicias del pecado, resucita a los muertos a la vida de la gracia, libera a los que están sujetos al imperio del demonio, restituye a los ciegos de espíritu la luz de la fe.

Homilía durante una misa en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, Caieiras (Brasil)

Una misión prolongada a través de los siglos

El Evangelio del undécimo domingo del Tiempo Ordinario tiene una belleza especial y una invitación para cada uno de nosotros. La incumbencia de predicar la venida cercana del Reino de los Cielos dada a los Apóstoles sólo concluirá al final de los tiempos, cuando haya acabado la historia. Esa es la misión de la Santa Iglesia, de sus ministros consagrados y de todo bautizado; es la prolongación a través de los siglos de la acción redentora de Jesucristo. Por lo tanto, estamos obligados a evangelizar mediante la palabra, el ejemplo, la oración o el sufrimiento, con vistas a transformar la sociedad. Hemos de anunciar la necesidad del abandono del pecado, del cambio de mentalidad, de la búsqueda continua de la santidad y trabajar para que eso se lleve a cabo cuanto antes y en el más alto grado posible. Para Dios debemos querer no sólo lo mejor, sino todo, ahora y para siempre.

Tengamos presente que el Reino de Dios empieza aquí en la tierra, porque poseemos una semilla que florecerá en gloria en la eternidad, cuando participemos de la felicidad de Dios mismo. Cada uno tiene un determinado plazo de vida. ¿Veinte, cuarenta, cien años? Sólo Dios lo sabe. Pero ¿qué es eso comparado con la eternidad? ¡Absolutamente nada! Por tanto, la conquista del Reino de los Cielos, comenzada en esta tierra, debe constituir el primordialísimo objetivo de nuestra existencia.

[1] SAN GREGORIO MAGNO. Homiliæ in Evangelia. L. II, hom. 9, nº 4. In: Obras. Madrid: BAC, 1958, p. 679.

Fuente: Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana.

Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.

Se autoriza su publicación citando la fuente.

Ilustración principal: «Vocación de los Apóstoles», de Domenico Ghirlandaio - Capilla Sixtina, Vaticano

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