Al asumir nuestra carne, el Hijo de Dios quiso vivir entre nosotros para darnos el ejemplo de la plenitud de la perfección a la que desea elevarnos. La subida del Señor a los Cielos es también un punto de imitación. ¿Entonces, como será la nuestra? […]
Él intercede por nosotros junto al
Padre
En vista de esto, la
Oración del Día adquiere especial significado al recordar que la Ascención del
Señor “ya es nuestra victoria”. [1] Y prosigue: “Hacednos exultar de alegría y
fervorosa acción de gracias, pues, miembros de su Cuerpo, somos llamados en la
esperanza de participar de su gloria”. [2] ¡Él está sentado en el trono de
Dios, a la derecha del Padre, como Intercesor, Mediador y Sacerdote,
presentándole su humanidad! Sin duda nos basta esto para obtener todo lo que
necesitamos. Y Él no sólo ofrece en su humanidad, como lo hace después de haber
pasado por todas las vicisitudes de un cuerpo padeciente, por la Pasión y por
la Muerte.
El padre Monsabré,
célebre predicador dominico, hace algunas consideraciones sobre el tema: “Allí
tú concluyes la obra de nuestra salvación. Allí tú haces un llamamiento a
nuestra fe, a nuestra esperanza, a nuestro amor, a nuestras adoraciones; allí,
precursor diligente y devoto, nos preparas un lugar, mostrándonos la vía que
seguiste y las generaciones bienaventuradas que has libertado del poder de
satanás. Allí, Pontífice misericordioso, muestras tus llagas y aplicas, en
nuestro favor, los sufrimientos y los méritos de tu Pasión y de tu Muerte;
desde allí derramas sobre nosotros todos tus dones. De allí, tú vendrás un día,
ley subsistente y viva, Sabiduría Encarnada, Señor de toda criatura, ejemplar
de toda vida, plenitud de toda gracia, desde allí vendrás revestido de gran
poder y de gran majestad, para juzgar a los vivos y a los muertos”. [3]
De este modo, tenemos
al lado del Padre a alguien que participa de nuestra naturaleza, de nuestra
carne y de nuestros huesos, para advocar por nosotros, acompañado por María
Santísima, que siempre vela con incansable maternidad por los hombres.
Pidamos a ellos la
gracia que nuestras almas no sean tiznadas por las ilusiones que llevaron a los
apóstoles a buscar una felicidad meramente humana. Que nuestra atención esté
siempre orientada para las cosas de lo alto, buscando restituir a Dios todo
cuanto recibimos de Él, a lo largo de la vida. Y así como estamos en este mundo
para imitar a Nuestro Señor Jesucristo, que se encarnó para ser el Modelo
Supremo, también debemos ser nosotros ejemplos para los demás. Esta es la
verdadera perspectiva en este estado de prueba: ¡mantener siempre la esperanza
que, en determinado momento, estaremos en cuerpo y alma en los Cielos, en un
eterno y sublime convivio con Dios! ◊
[1] SOLENIDADE DA
ASCENSÃO DO SENHOR. Oração do Dia. In: MISSAL ROMANO. Trad. Portuguesa da 2a.
edição típica para o Brasil realizada e publicada pela CNBB com acréscimos
aprovados pela Sé Apostólica. 9ª. ed. São Paulo: Paulus, 2004, p.313.
[2] Idem, ibidem.
[3] MONSABRÉ, OP,
Jacques-Marie-Louis. Le Triomphateur. In: Exposition du Dogme Catholique. Vie
de Jésus-Christ. Carême 1880. 9ª. ed. Paris: Lethielleux, 1903, v.VIII,
p.327-329.
Fuente: Monseñor João
S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen I, Librería
Editrice Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su
publicación citando la fuente.
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