Lo fundamental es buscar el agua de la vida, en las fuentes de la Santa Iglesia
La samaritana, a pesar de no tener una vida de virtud y de ser una extranjera con todas las implicaciones de la Ley, poseía un alma penetrada por una conmovedora simplicidad, verdaderamente cándida. Un modo de ser humilde y desprendido. Respetuosa de sus obligaciones y conocedora de los principios y tradiciones de su religión. Su conversación elevada y sincera, como cuando manifestó cuanto creía en Jesús. Estas cualidades atrajeron el amor del Redentor y lo hicieron ir en búsqueda de la oveja perdida.
Por el contrario, en el caso de Nicodemo, él es quien toma
la iniciativa de ir a la búsqueda del Maestro. Confiado en la ciencia
farisaica, tuvo mayor dificultad en adherir al Señor. Además temía perder su
posición social. Aun así, terminó defendiendo a Jesús en los momentos más
difíciles, porque recibió muchas gracias en tal sentido, y correspondió a
ellas.
En la ciencia o en la ignorancia, en la virtud o en el
pecado, lo fundamental es buscar el agua de la vida, en las fuentes de la Santa
Iglesia. Es indispensable no aferrarnos a ciertos conocimientos que podamos
haber adquirido y, de este modo, huir del orgullo de la ciencia. O entonces,
asumimos la simplicidad de espíritu y la humildad de corazón de la samaritana,
aunque, infelizmente, podamos estar en un camino pecaminoso como el de ella.
En resumen, roguemos de modo especial en este domingo, a la
Santísima Virgen para que nos obtenga de su Divino Hijo el agua de la vida,
haciendo fluir en nuestros corazones el líquido precioso de la gracia que nos
conduce a la morada eterna.◊
Fuente: Monseñor João
S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre
los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se
autoriza su publicación citando la fuente.
Ilustración: Jesús con la samaritana junto a la fuente.
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Evangelio III Domingo de Cuaresma, según san Juan (4,5-42):
En
aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo
que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado
del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega
una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus
discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La
samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy
samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús
le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le
pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La
mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas
agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de
él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús
le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del
agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá
dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»
La
mujer le dice: «Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que
venir aquí a sacarla.»
Él
le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve.»
La
mujer le contesta: «No tengo marido».
Jesús
le dice: «Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora
no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La
mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto
en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en
Jerusalén.»
Jesús
le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en
Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis;
nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto
verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le
den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu
y verdad.»
La
mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo
dirá todo.»
Jesús
le dice: «Soy yo, el que habla contigo.»
En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así,
cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y
se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y
decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos
oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»
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