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jueves, 26 de enero de 2023

Comentario al Evangelio IV Domingo del Tiempo durante el Año (Ciclo A) – por Mons. João Clá Dias, EP

 

La alegría en la persecución.

“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 11 Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. 12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos”.

Por amor a la justicia —es decir, la santidad— atravesaremos sin duda momentos en esta vida en los cuales seremos incomprendidos e incluso perseguidos.

En tales circunstancias no debemos dejarnos abatir. Por el contrario, tenemos que recordar que Dios es el Señor de la Historia y nada ocurre sin su consentimiento, por mínimo que sea: “¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el Cielo” (Mt 10, 29). El Creador lo tiene todo contado, pesado y medido. Y actúa sobre los acontecimientos buscando siempre, además de su propia gloria, la salvación de los suyos. Por eso afirma San Pablo: “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom 8, 28).

¡En cuántas ocasiones los santos fueron objeto de las más injustas persecuciones, por amor a la verdad! Pero no perdieron la confianza en la Providencia Divina, ni demostraron rencor contra sus perseguidores, a los cuales trataban con caridad y sin odio personal, pero también con la innegable superioridad del hombre que practica la virtud en relación al que se deja arrastrar por el vicio.

Por eso, el propio Dios se encargará de recompensarlos mucho más allá de lo merecido: poseerán el Reino de los Cielos, un premio eterno, infinitamente superior a todo sufrimiento padecido en esta vida.

Invitación a la radicalidad del bien

Como hemos visto, la doctrina de las bienaventuranzas dejó al descubierto para siempre lo vacío de la felicidad fundada en la satisfacción de las pasiones desordenadas y la posesión de bienes materiales. Pues, como enseña magistralmente el Santo Padre, “se invierten los criterios del mundo apenas se ven las cosas en la perspectiva correcta, esto es, desde la escala de valores de Dios, que es distinta de la del mundo”. [1]

Con esas ocho sentencias Cristo indicó la ruta para alcanzar el Cielo, en donde veremos a Dios cara a cara y participaremos de la propia vida divina, poseyendo la felicidad de la cual goza Él mismo. Y quien adecúa su conducta a las bienaventuranzas, empieza a gozar espiritualmente un anticipo, ya en esta Tierra, de la felicidad eterna.

Las bienaventuranzas no son frases que deben ser estudiadas fríamente apenas con la inteligencia, sino que son principios de vida para ser leídos y meditados con el corazón, con el calor del alma de quien quiere ponerse en camino tras los pasos del Señor.

Con divina suavidad nos invitan a la radicalidad en la práctica del bien, porque el patrón de virtud que en ellas nos propone Cristo no es otro sino Él mismo, ¡el propio Dios!

[1] BENEDICTO XVI – Jesús de Nazaret. Ciudad del Vaticano: Librería Editrice Vaticana, 2007, p. 95.

Fuente: Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana.

Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.

Se autoriza su publicación citando la fuente.
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