El relato del inicio de la vida pública del Salvador, explosión de luz divina en medio de un mundo hundido en las tinieblas, llena de esperanza los corazones católicos, afligidos por el aparente dominio del mal en nuestros días.
Heraldos de la Luz en un mundo envuelto
en tinieblas
En el Evangelio de
este domingo [Domingo III del Tiempo Durante el Año] contemplamos con viva
emoción el cumplimiento de la promesa hecha por Isaías a los paganos que
habitaban la región de Galilea y, por extensión, a los de todo el orbe. Se
trata de una profecía cargada de esperanza, porque anuncia el surgimiento de
una Luz vivificante y benigna que, a su vez, engendra nuevas luces. De hecho,
gracias a la presteza con que los cuatro primeros apóstoles respondieron al
llamamiento del divino Maestro, nace la Iglesia militante.
La trayectoria de
esta luz será trágica y gloriosa. Los hijos de las tinieblas, ofuscados por sus
rayos, tratarán de extinguir el fulgor de Cristo y de su Iglesia. Y, en este
sentido, la cruz del Señor representa la primera tentativa frustrada de los
malos de apagar el brillo de la Redención. El esplendor de la mañana de Pascua
disipó para siempre la negrura del pecado y de la muerte, pero la lucha no
terminó con ese acontecimiento culminante.
A lo largo de los
siglos, la Luz sufrirá mil y una formas de persecución. Al percibir que es
inextinguible, los malos tratarán de eclipsarla en extremo, y nuestra época
representa el auge de esa impía tentativa. Grandes males necesitan grandes
remedios… Estamos, en consecuencia, a las puertas de la más fulgurante
manifestación de la Luz divina, que se realizará con el concurso de los
corazones fieles que en medio de la densa noche conserven encendida la antorcha
de la fe.
También nosotros
estamos llamados por el Señor a una misión única por su altura y nobleza: ser
guerreros de la Luz en este mundo de tinieblas. Respondamos con prontitud
apostólica a tal vocación y dispongamos nuestro espíritu para la lucha contra
la corriente del vicio. Así, haremos surgir nuevamente en el horizonte de la
Historia el Sol de justicia, que implantará el Reino de paz y de santidad, todo
marial, prometido por la Santísima Virgen en Fátima. Y tras afrontar los peores
riesgos y emprender epopeyas sacrosantas, en la hora de nuestra muerte veremos
amanecer en nosotros ese lumen Christi,
que será nuestro deleite y nuestro consuelo eternos. ◊
Fuente: Monseñor João
S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen I, Librería
Editrice Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su
publicación citando la fuente.
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