El texto del Evangelio de este domingo [26° del Tiempo Durante el Año], nos habla de los tormentos del rico entre las llamas eternas, que una sola gota de agua sería suficiente para refrescar su lengua. Un abismo separa los dos mundos, el cielo del infierno. ¿Será real esta tragedia?
La Revelación es abundante en esta materia: “¿Quién de nosotros podrá
habitar en el fuego devorador, en las llamas eternas?” (Is 33, 14). El
Evangelio nos habla catorce veces sobre el infierno con expresiones categóricas
como estas: “fuego inextinguible” (Mc 9, 43),… su gusano no muere y el fuego no
se apaga…” (Idem, 48); “… y los arrojarán a la hornalla de fuego. Allí habrá
llanto y crujir de dientes” (Mt 13, 42). Y el Apocalipsis: “Serán lanzados
vivos en el abismo abrasado de fuego y azufre para ser atormentados día y noche
por los siglos de los siglos” (20, 10).
Por esto, el condenado de la parábola ruega a Abraham para mandar a
Lázaro a su casa paterna a convencer los cinco hermanos sobre el “lugar de
tormentos”, en el cual él se encuentra para siempre. Según su criterio, lo
ideal sería que “alguien del mundo de los muertos fuese a estar con ellos” para
advertirlos sobre los horrores del castigo eterno, pues sólo así se convertirían.
Abraham es muy incisivo en su respuesta, afirmando que los otros cinco
hermanos también serían arrojados al infierno si no creyeran en Moisés y en los
profetas. Se puede deducir de estos versículos, incluido el condenado de la
Parábola, que es indispensable explicar la existencia del infierno. Y, de
hecho, este es el empeño de los Santos y del propio Magisterio infalible de la
Iglesia, como afirmó en cierta ocasión el Beato Papa Pío IX: “Predicad mucho
las grandes verdades de la salvación, predicad sobre todo el infierno; nada de
medias palabras, decid, clara y fuertemente, toda la verdad sobre el infierno.
Nada es más capaz de hacer reflexionar y de conducir a los pobres pecadores
hacia Dios.” [1]
Bien claro es también el lenguaje de nuestro actual catecismo: “La
enseñanza de la Iglesia afirma la existencia y la eternidad del infierno. Las
almas de los que mueren en estado de pecado mortal caen inmediatamente después
de la muerte a los infiernos, donde sufren las penas del infierno, ‘el fuego
eterno’. La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de
Dios el Único en quien el hombre puede tener la vida y la felicidad para las
cuales fue creado y a las cuales aspira.” [2]
Sobre la efectividad de la creencia en los fuegos eternos, uno de los
grandes escritores del siglo XIX, el padre Frederick W. Faber afirmaba:
"La más fatal preparación del diablo para la venida del anticristo es la
pérdida de la creencia de los hombres en el castigo eterno. Si fuesen estas las
últimas palabras, dirigidas por mí a ustedes, recordad que nada de lo que
quisiera marcar tan profundamente en sus almas, ningún pensamiento de fe,
después de la Sangre Más Preciosa, sería más útil y provechoso que sobre el
castigo eterno”. [3]
Recordemos siempre lo repentina que puede ser nuestra muerte y lo
necesario que es vivir con las disposiciones de alma de Lázaro, en la mayor
resignación frente a las desgracias, desapegados de los bienes de este mundo,
fuertes en la oración, en la práctica de la Religión y de la virtud, ardientes
devotos de la Madre de Dios, para que podamos disfrutar de la felicidad eterna.
[1] M. de Ségur, L'enfer, Paris, 1875.
[2] CIC, nº 1.035
[3] Pe. Bondeu, Vida y cartas del Pe. Faber, t. 2, c. 7,
p. 389.
Fuente: CLÁ DIAS EP, Mons. João Scognamiglio in: “Lo Inédito sobre los Evangelios”, Vol. III Librería Editrice
Vaticana.
Ilustración: La parábola de Lázaro y el rico avaro.
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