[...] En una noche mística… ¡nace
el Salvador de la humanidad!
San Pablo subraya el papel de la gracia que Jesús ha traído:
«enseñándonos a que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos,
llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha
que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro,
Jesucristo» (Tit 2, 12-13). En el original griego, el verbo enseñar posee una
connotación que va más allá del concepto de la mera transmisión de una
doctrina, e incluye también la noción de dar fuerza, de infundir la capacidad
de practicar lo que se aprendió, a la manera del águila cuando entrena a sus crías
para el vuelo. La enseñanza que da la gracia penetra con vigor en lo más
profundo del alma y, al hacernos amar lo que entendemos, nos vuelve aptos para
practicarlo. Por lo tanto, nuestra inteligencia no puede abarcar esa mudanza
que Jesús introdujo en la faz de la tierra. Necesitaríamos ojos divinos para
contemplar todo el proceso histórico después del pecado original, desde Adán y
Eva hasta el nacimiento del Redentor, y, a partir de aquí, la irradiación de la
gracia, enseñando e infundiendo fortaleza a las personas para cambiar de
mentalidad. No es diferente lo que el Apóstol resalta en el último versículo
presentado en la segunda lectura: «El cual se entregó por nosotros para
rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad, dedicado
enteramente a las buenas obras» (Tit 2, 14).
La
victoria comprada por el Niño Jesús al nacer en Belén
En este siglo XXI, en donde el mal se muestra con ostentación en la cúspide del mundo y prolifera con un dinamismo y delirio avasallador, Jesús continúa realizando su misión, pues a su obra no se le aplican las leyes de la botánica, en las que, plantada la semilla, el vegetal crece, da frutos y, completado su desarrollo, comienza a mustiarse. En el árbol divino plantado por el Salvador, o sea, la Iglesia, siempre brotarán nuevas maravillas, y cada vez más potentes. La terrible decadencia que hoy constatamos en la humanidad es para nosotros un signo de que habrá en nuestros días una gran manifestación del poder de Dios, sin precedentes en la Historia. La Redención obrada en el Calvario producirá ahora frutos más excelentes y numerosos que en la época en que fue consumada.
Monseñor João Clá Dias, EP |
Ésta es la impostación de alma con la que debemos
considerar la Navidad: mucha esperanza —y, por qué no decirlo, ¡certeza!— de
que el Niño Jesús quiere concedernos a cada uno de nosotros la fuerza para
abrazar el bien. Por consiguiente, no nos preocupemos con nuestra flaqueza,
porque cuanto mayor sea, mayor será su acción sobre nosotros. Somos un campo
donde Jesucristo va a demostrar su poder. Cuando observamos al Divino Infante
representado en los pesebres, vemos por un lado la debilidad de la naturaleza
humana y, por otro, su omnipotencia. Lo mismo nosotros: somos un receptáculo
del poder de Dios que se manifiesta, sobre todo, en nuestra miseria y en
nuestro nada. Llenémonos, entonces, de júbilo y confiemos en la voz del ángel
que proclama: «Os anuncio una buena noticia». ◊
Fuente: Revista Heraldos del Evangelio, diciembre de 2021, Año XIX, N° 221.
Monseñor João S. Clá Dias,EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su
publicación citando la fuente.
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