El horizonte más
grandioso
La majestad de Cristo
sobre las nubes viniendo para juzgar a la tierra, así como la esplendorosa
grandeza del fin del mundo, disipa de nuestros espíritus las vivencias
mundanas, desvelando en su fulgor la verdadera meta de nuestra vida: la
eternidad. […]
III – ¡Elevemos nuestros
corazones!
El mundo moderno está siendo arrastrado hacia la más profunda y sombría desesperación por las olas del caos, éste en buena medida organizado. Aterrorizadas ante la perspectiva de perder la salud y bombardeadas por las continuas solicitudes de la tecnología, las personas fácilmente se convierten en marionetas en manos malintencionadas. Así, muchos se dejan guiar por la opinión dominante, vagando sin rumbo definido, de tal manera que todos se desplazan con movimiento frenético, pero pocos saben hacia dónde son llevados.
Esta situación genera
una inmensa frustración interior. Por una parte, las atenciones son captadas
por el brillo artificial y seductor de las pantallas electrónicas; por otra, el
nuevo régimen del miedo fomenta sentimientos de angustia, tristeza e incluso
pavor. En consecuencia, aunque parezca paradójico, la muerte se ha vuelto fútil y sin sentido, así como la propia
existencia humana.
Para curar los corazones heridos por las actuales circunstancias, nuestra tierna y servicial Madre, la Santa Iglesia, pone a nuestra disposición medios excelentes, de una eficacia sobrenatural plena. Ante todo, la buena doctrina católica, que nos enseña la altísima vocación del ser humano y, de modo particular, de los bautizados. Estar llamados a la vida eterna, en una convivencia íntima con Dios, es algo inimaginable.
Basílica de San Pedro, Vaticano. |
Y la Esposa Mística de Cristo posee un
instrumento propicio para, no sólo hacernos aprender, sino también degustar esa
luminosa enseñanza: la liturgia. Al acercarse el término del Año litúrgico,
la liturgia de la Palabra considera fragmentos del Evangelio relacionados con
el fin del mundo y el regreso de Nuestro Señor, porque tener ante los ojos la
grandeza de la conclusión de la Historia, así como el esplendor deslumbrante y
maravilloso de Jesucristo llegando con majestad sobre las nubes del cielo,
exorciza las vivencias cenicientas y apesadumbradas que inocula el ambiente
circundante. En efecto, al contemplar
tanta sublimidad el fiel descubre la belleza de su propia vocación, la
magnificencia divina, la altísima meta reservada a cada uno.
Procuremos, pues, sacudir de nuestro espíritu los miasmas maléficos que flotan por los aires contaminados de nuestra triste sociedad y elevemos nuestra mente y nuestro corazón a los horizontes grandiosos por excelencia. De este modo, recuperaremos el ánimo, el énfasis y la determinación de buscar la santidad por encima de todas las cosas, y llenaremos nuestros pulmones con el aire puro de la esperanza, que nos promete, después de las luchas de esta vida, alcanzar la cima de la bienaventuranza eterna en compañía del Buen Jesús, de sus ángeles y santos. ◊
Fuente: Mons. João Clá Dias, EP in Revista "Heraldos del Evangelio", N° 220, Noviembre 2021
[Mons. João Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio]
Se autoriza su publicación citando la fuente.
Ilustración superior: El Juicio Final, por Fra Angélico (detalle) - Gemäldegalerie, Berlín.
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