La inocencia, la eterna
Ley…
Después de devolver al matrimonio a su pureza original, el
Divino Maestro enseña que la inocencia debe regir al ser humano en cualquier
estado de vida. […]
La fórmula para
conquistar el Cielo
15 “En verdad os digo:
quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. 16 Él
abrazaba los niños y los bendecía, imponiéndoles las manos.
Entendamos esto: somos criaturas contingentes, ¡necesitamos de la ayuda de Dios! Es necesario ser "como un niño" para reconocer su voluntad y cumplirla: ya sea en el matrimonio, con la voluntad de armonizar con el cónyuge, o en el estado religioso, con el alma abierta a todo lo que viene de lo alto, a la manera de un niño dócil a las enseñanzas de sus padres.
Ser como un niño significa
también ser inocente, o sea, tener el alma semejante a un cristal que nunca fue
rayado: límpida, trasparente y llena de luz, jamás manchada por cualquier
falta. El Reino de Dios es constituido por aquellos que se empeñan en conservar
la propia inocencia y la de los demás. ¡Cuando rezamos en el Padrenuestro
“venga a nosotros vuestro Reino”, debemos arder del deseo de que en la Tierra y
en nuestro interior se establezca la supremacía de la inocencia! Si abrazamos este
ideal, seremos abrazados por Nuestro Señor, porque Él bendice los que se hacen
pequeños.
¡Sin embargo, quien perdió la inocencia, no piense que está en una situación irremediable! Este tesoro puede ser restaurado, como se vio en el caso de Santa María Magdalena, de San Agustín y tantos otros a lo largo de los tiempos. ¡Y es sobre todo en el amor a la Inocencia que recuperamos nuestra inocencia!
La fuente de nuestra
inocencia, conservada o restaurada
En resumen, la
Liturgia de este Domingo 27 del Tiempo Ordinario es una apología de la inocencia.
Oímos las palabras de San Pablo en la segunda lectura: “Aquel,
por quien y para quien todas las cosas existen” –Jesucristo- “y que deseó
conducir muchos hijos a la gloria”. ¡Sí, Él quiere los hijos nacidos de la
unión entre un hombre y una mujer para llevarlos, inocentes, a la eterna
bienaventuranza! Pues, tanto Jesús, el Santificador, cuanto los santificados,
son descendientes del mismo ancestro; por esta razón, Él no se avergüenza de
llamarlos de hermanos” (FIb 2, 11). ¡He aquí la causa de toda la inocencia, la
fuente de nuestra vida espiritual! Cada uno de nosotros estuvo en la mente de
Dios desde toda la eternidad y, en cierto momento, pasó a existir. En el campo
sobrenatural tenemos el mismo origen de Nuestro Señor Jesucristo, somos todos
hermanos, pertenecemos a la familia divina, y es con la finalidad de aumentar
el número de sus miembros que fue instituida la familia terrena. Pidamos el
indispensable amparo de la gracia para conservar intacta la inocencia, o para
reconquistarla, y seamos heraldos de la Inocencia Eterna, Nuestro Señor
Jesucristo, y de la Inocente por excelencia, la Santísima Virgen. ¡Brille la
inocencia sobre la faz de la Tierra de forma gloriosa, portentosa y
extraordinaria, y divida la Historia, como lo hizo Cristo, siendo piedra de
escándalo para la salvación de unos y la condenación de otros!
Fuente: Mons. João Clá Dias in “Lo inédito sobre los Evangelios” Vol. II, editorial Editríce
Vaticana.
Se autoriza la
publicación citando la fuente.
[Monseñor João Scognamiglio Clá Dias es fundador de los Heraldos del Evangelio]
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