El corazón humano anhela
realizarse de un modo más brillante, pero las pasiones desordenadas lo llenan
de vanas ilusiones. ¿Qué hacer? Jesús nos muestra el secreto para lograr el
auténtico y duradero éxito.
III –
El camino más seguro al Cielo
El orgullo tiene tal
dinamismo y está tan arraigado en el corazón humano que sólo la gracia de Dios
puede extirparlo. ¿Y qué decir de la tendencia a conformar nuestro modo de
pensar con la opinión mundana dominante? Se hace necesario, por tanto, rezar
con insistencia y tenacidad, suplicando a María Santísima su potente
intercesión a fin de que seamos liberados de las malas inclinaciones que nos
esclavizan a nuestros propios caprichos y a los desatinos de este mundo.
Además, una importante virtud —la cual le faltaba a los Apóstoles y escasea en los medios católicos actuales— se presenta como el antídoto de la mediocridad y, en consecuencia, del orgullo. Se trata de la esperanza.
Los discípulos se
encontraban bajo la influencia de cierto ateísmo práctico que se respiraba
entre los judíos de aquel tiempo a causa de los efluvios maléficos esparcidos
por los saduceos y los fariseos. La expectativa de la Redención se había
falseado con una imagen terrena y política del futuro Mesías, que no
correspondía a los verdaderos anhelos de Israel. Ante todo, el pueblo elegido
precisaba de una salvación espiritual, que lo purificara de sus pecados y le
abriera las puertas de una vida sin fin, celestial y angélica. Pero las élites
rechazaban esa visión, sedientas como lo estaban de poder y de deleites. No
poseían, pues, la indispensable virtud de la esperanza.
Para romper tal
influjo, en primer lugar Nuestro Señor les revela a los Apóstoles su Pasión,
Muerte y Resurrección. Panorama más sobrenatural que este era imposible. No
obstante, retraídos y tediosos, guardan silencio. Entonces el divino Maestro
les habla de la humildad, exhortándolos a que se hicieran pequeños como el niño
al que había abrazado.
Si hubieran abierto su corazón a la perspectiva de la eternidad, habrían sido más humildes y generosos, porque para conquistar un premio tan sublime como el Cielo cualquier sacrificio o renuncia parece pequeño. Tanto más que Nuestro Señor les había prometido, a los que se humillaran, ser exaltados hasta los tronos de los ángeles.
Mons. Joao Clá Dias, EP |
Resulta difícil ser
humilde si no se vive con intensidad y alegría en la esperanza de la gloria
definitiva. Por otra parte, sólo los humildes encuentran la llave del verdadero
éxito para sus vidas y tienen abiertas ante sí las puertas de la eternidad
feliz.
Que la Santísima
Virgen María, abismo de humildad y Madre de la Esperanza, nos asista y guíe a
fin de que, viviendo más para el Cielo que para esta tierra, seamos mansos y
humildes de corazón como su Hijo. Así pues, derrotadas las insidias del demonio
y de sus secuaces, podremos alcanzar, victoriosos, la meta excelsa que se nos
propone: el Cielo. ◊
[Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio]
Fuente: El secreto del verdadero éxito
Ilustración
principal: Nuestra Señora de la Humildad, por Fra Angélico – Galería Nacional
de Parma (Italia).
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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