¿Cuál es la peor de las lepras?
La “lepra” del alma es más contagiosa y terrible que el mal de Hansen. Ella quita la paz de la conciencia, hace amarga la vida y prepara la muerte eterna. ¡Si fuese tan visible cuanto la lepra física, sería más repugnante a nuestros ojos! […]
Efectos de la lepra del cuerpo y de la “lepra”
del alma
Si de un lado el
leproso se torna un paria de la sociedad, condenado al aislamiento y al
abandono, por otro lado, el pecado no sólo hace perder la inhabitación de la
Santísima Trinidad en el alma del pecador, como lo excluye de la sociedad de
los elegidos y de los santos.
Además de esto, la “lepra”
del alma es más contagiosa que la física. La propagación de la primera se hace
hasta a la distancia, por palabras, conversaciones, pensamientos, escándalos,
malos ejemplos, influencia, maledicencia, etc., y muchas veces de manera tal
que no se consigue reparar los males oriundos de su difusión.
Tampoco debemos
olvidar que el hecho de comunicarse entre sí los que sufren esta enfermedad
física, y ni siquiera con los que no fueron alcanzados por ella, no aumenta su
desgracia. Lo mismo no sucede con la “lepra” del pecado: al ser causa del
contagio aumentamos nuestra culpa.
Por más que la lepra
lleve a miserables condiciones que, sin tratamiento, sólo terminan con la
muerte, el pecado es mucho peor, pues quita del alma la paz de conciencia,
torna amarga la vida y prepara para la muerte eterna.
Consideremos también la gran superioridad del alma sobre el cuerpo. Aquella está creada a imagen de la Santísima Trinidad y, como obra maestra de las manos de Dios, también lleva sobre sí el precio infinito de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso mismo, los males del alma siempre son más graves que los del cuerpo.
Y, siendo físicos los
estigmas del mal de Hansen, son fáciles de ser reconocidos por la víctima. En
sentido contrario, el pecador, cuanto más avanza en las tortuosas vías del
pecado, se da menos cuenta del abismo hacia el cual rueda. En esta perspectiva,
¿cómo podrá él obtener la cura?
Es terrible
considerar que los sufrimientos del leproso abandonado a su propia suerte
terminan con su fallecimiento y, si los aceptó con resignación y amor de Dios,
abrirá sus ojos para la eternidad feliz. Los del pecador no sólo se perpetúan
en la eternidad, sino que también se hacen incomparablemente más atroces
después de la muerte.
No dejemos pasar un día sin recibir a
Jesús Eucarístico
¿Y cómo curar la “lepra”
del pecado?
Son muchas las vías
que conducen a la cura total, es decir, a la santidad plena. Sin embargo, hay
una que sobresale entre todas, que nos es indicada por el Evangelio de este
domingo, cuando afirma que el leproso “fue a tener con Él…”, o sea, fue a
buscar a Jesús.
No se trata de esperar que Jesús vaya hacia el pecador; es preciso que éste vaya en busca de Jesús. Y, cuánto más avanzado fuese el estado de su “lepra”, más confianza deberá tener de ser bien recibido por Él. Jamás debe permitir cualquier atisbo de desánimo o, peor aún, de desconfianza.
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Mons. Joao Clá Dias, EP |
¿Y dónde encontrarlo?
Jesús no está de paso
entre nosotros, como sucedió en la vida del leproso del Evangelio, sino de
forma permanente: “Estaré con ustedes hasta la consumación de los siglos” (Mt
28, 20). ¡Sí! Cristo se encuentra constantemente en la Eucaristía en Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad. Y será en la comunión frecuente –ojalá diariamente-
que Él irá asumiendo interiormente los que en su gracia lo reciben, para de
esta forma tornarlos cada vez más semejantes a su santidad.
Aquellas divinas y
sagradas manos, cuyas caricias encantaban a los pequeñitos, y al aproximarse de
los enfermos, curaban a todos; aquellas mismas manos omnipotentes que calmaban
los vientos y los mares, devolvían la vida a los cadáveres y perdonaban los
pecados, estarán en el interior del ser de quien reciba a Jesús en la comunión
eucarística, para santificarlo.
Es altamente
conveniente aceptar la invitación de la Iglesia a todos los bautizados en el sentido que no
dejen pasar un solo día sin recibir a Jesús Eucarístico; pero su acción será
aún más eficaz en las almas que lo hagan a través de aquella que lo trajo a la
Encarnación: su y nuestra madre, María
Santísima.
Trechos extraídos del
texto original en portugués: Comentários ao Evangelho — 6º Domingo do
Tempo Comum – Ano B – Mc 1, 40-45
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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