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jueves, 11 de febrero de 2021

Comentarios al Evangelio – VI Domingo del T.O. (domingo 14 de febrero) por Monseñor João Clá Dias, EP

¿Cuál es la peor de las lepras?

La “lepra” del alma es más contagiosa y terrible que el mal de Hansen. Ella quita la paz de la conciencia, hace amarga la vida y prepara la muerte eterna. ¡Si fuese tan visible cuanto la lepra física, sería más repugnante a nuestros ojos! […]

Efectos de la lepra del cuerpo y de la “lepra” del alma

Si de un lado el leproso se torna un paria de la sociedad, condenado al aislamiento y al abandono, por otro lado, el pecado no sólo hace perder la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del pecador, como lo excluye de la sociedad de los elegidos y de los santos.

Además de esto, la “lepra” del alma es más contagiosa que la física. La propagación de la primera se hace hasta a la distancia, por palabras, conversaciones, pensamientos, escándalos, malos ejemplos, influencia, maledicencia, etc., y muchas veces de manera tal que no se consigue reparar los males oriundos de su difusión.

Tampoco debemos olvidar que el hecho de comunicarse entre sí los que sufren esta enfermedad física, y ni siquiera con los que no fueron alcanzados por ella, no aumenta su desgracia. Lo mismo no sucede con la “lepra” del pecado: al ser causa del contagio aumentamos nuestra culpa.

Por más que la lepra lleve a miserables condiciones que, sin tratamiento, sólo terminan con la muerte, el pecado es mucho peor, pues quita del alma la paz de conciencia, torna amarga la vida y prepara para la muerte eterna.

Consideremos también la gran superioridad del alma sobre el cuerpo. Aquella está creada a imagen de la Santísima Trinidad y, como obra maestra de las manos de Dios, también lleva sobre sí el precio infinito de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso mismo, los males del alma siempre son más graves que los del cuerpo. 

Y, siendo físicos los estigmas del mal de Hansen, son fáciles de ser reconocidos por la víctima. En sentido contrario, el pecador, cuanto más avanza en las tortuosas vías del pecado, se da menos cuenta del abismo hacia el cual rueda. En esta perspectiva, ¿cómo podrá él obtener la cura?

Es terrible considerar que los sufrimientos del leproso abandonado a su propia suerte terminan con su fallecimiento y, si los aceptó con resignación y amor de Dios, abrirá sus ojos para la eternidad feliz. Los del pecador no sólo se perpetúan en la eternidad, sino que también se hacen incomparablemente más atroces después de la muerte.

No dejemos pasar un día sin recibir a Jesús Eucarístico

¿Y cómo curar la “lepra” del pecado?

Son muchas las vías que conducen a la cura total, es decir, a la santidad plena. Sin embargo, hay una que sobresale entre todas, que nos es indicada por el Evangelio de este domingo, cuando afirma que el leproso “fue a tener con Él…”, o sea, fue a buscar a Jesús.

No se trata de esperar que Jesús vaya hacia el pecador; es preciso que éste vaya en busca de Jesús. Y, cuánto más avanzado fuese el estado de su “lepra”, más confianza deberá tener de ser bien recibido por Él. Jamás debe permitir cualquier atisbo de desánimo o, peor aún, de desconfianza.

Mons. Joao Clá Dias, EP

¿Y dónde encontrarlo?

Jesús no está de paso entre nosotros, como sucedió en la vida del leproso del Evangelio, sino de forma permanente: “Estaré con ustedes hasta la consumación de los siglos” (Mt 28, 20). ¡Sí! Cristo se encuentra constantemente en la Eucaristía en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y será en la comunión frecuente –ojalá diariamente- que Él irá asumiendo interiormente los que en su gracia lo reciben, para de esta forma tornarlos cada vez más semejantes a su santidad.

Aquellas divinas y sagradas manos, cuyas caricias encantaban a los pequeñitos, y al aproximarse de los enfermos, curaban a todos; aquellas mismas manos omnipotentes que calmaban los vientos y los mares, devolvían la vida a los cadáveres y perdonaban los pecados, estarán en el interior del ser de quien reciba a Jesús en la comunión eucarística, para santificarlo.

Es altamente conveniente aceptar la invitación de la Iglesia  a todos los bautizados en el sentido que no dejen pasar un solo día sin recibir a Jesús Eucarístico; pero su acción será aún más eficaz en las almas que lo hagan a través de aquella que lo trajo a la Encarnación: su y nuestra madre,  María Santísima.

Trechos extraídos del texto original en portugués: Comentários ao Evangelho — 6º Domingo do Tempo Comum – Ano B – Mc 1, 40-45

Se autoriza su publicación citando la fuente.

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