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jueves, 23 de julio de 2020

Comentario al Evangelio – XVII Domingo T.O. (domingo 26 de julio) por Mons. João Clá Dias, EP

Las parábolas sobre el Reino […] IV – La parábola de la red.

“El Reino de los Cielos es también semejante a una red lanzada al mar, que captura todo tipo de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan para fuera y, sentados en la playa, eligen los buenos para los cestos y desechan los malos. Así será al fin del mundo: Vendrán los ángeles y separarán los malos de los justos, y los lanzarán en la hornalla de fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes”.

Continuamos oyendo a Jesús hablar en las cercanías del mar de Tiberíades, en cuyas aguas, según informaciones de entendidos, hay aproximadamente treinta especies diferentes de peces. El Padre Manuel de Tuya, OP describe bien la realidad histórico-geográfica de esta parábola, al analizar según la legislación levítica los peces que eran considerados impuros –debido a la ausencia de escamas, etc.- y otros clasificados como malos por ser defectuosos. Por eso, al llegar la red a la playa, luego de ser arrastrada por los pescadores, los peces buenos eran puestos en canastas y los malos descartados. [12]

Esta escena, tan común en la vida de sus discípulos, es recordada por el Divino Maestro con la intención de dejarles claro que, para participar del Reino de los Cielos, es indispensable ser buen ciudadano en este mismo Reino, que aquí comienza con la vida sobrenatural. Sólo así no seremos excluidos en nuestro Juicio particular y, por lo tanto, también en el Final. “Dicho de otro modo: se compara la santa Iglesia a una red, porque fue entregada a algunos pescadores, y todos por medio de ella son arrastrados por las olas de la vida presente al Reino Eterno, con la finalidad que no perezcan sumergidos en el abismo de la muerte eterna.

“Esta red reúne todo tipo de peces, porque llama para perdonar a todos los hombres: a los sabios y a los insensatos, a los libres y a los esclavos, a los ricos y a los pobres, a los fuertes y a los débiles. La red estará completamente llena, o sea la Iglesia, cuando en el fin de los tiempos haya terminado el destino del género humano. Por esto, continúa: ´la cual está llena’, etc., porque así como el mar representa el mundo, así también las orillas del mar significan el término del mundo; y en este término los buenos son escogidos y guardados en canastos, y los malos son lanzados afuera, o sea, los electos son recibidos en los Tabernáculos Eternos, y los malos, después de haber perdido la luz que iluminaba el interior del Reino, serán llevados a las tinieblas exteriores: porque ahora la red de la Fe contiene igualmente, como peces mezclados, todos los malos y buenos; pero en la orilla se verá de inmediato los que están dentro de la red de la Iglesia”. [13]

No sólo según San Gregorio esta “red” puede ser interpretada como una imagen de la Iglesia; muchos otros autores opinan en el mismo sentido. La Iglesia se compone de justos, pero también de pecadores. El mal que a veces encontramos en su parte humana no debe asustarnos ni escandalizarnos; ya está previsto. No por esto la Iglesia deja de ser Santa en su esencia, pues ella es divina. Lo que nos debe importar es buscar esta “perla” y, encontrando este “tesoro”, abandonar todo apego para ser buenos “peces” en esta red.

La tarea de la separación les cabrá a los ángeles, en el día del Juicio: los buenos a la derecha, los malos a la izquierda; los sacerdotes santos serán separados de los sacerdotes sacrílegos; los religiosos observantes, de los sensuales; los magistrados íntegros, de los injustos; serán recibidas las vírgenes prudentes, rechazadas las necias; las esposas fieles, apartadas de las adúlteras; en síntesis, los elegidos serán puestos de un lado, y los réprobos del otro.

Correspondería aquí una extensa descripción al respecto de los tormentos eternos de los malos en el infierno, como también, y en contraposición a éstos, de los gozos celestiales que tendrán los buenos en la vida eterna. No faltará la ocasión para tratar sobre tan importante tema.

En la orilla, los malos peces serán separados de los buenos.

V – Epílogo

Jesús enseñaba a sus discípulos la esencia y las bellezas del Reino de los Cielos, constituyéndolos en doctores. Y así, altamente formados, debían ellos enseñar a los otros con abundancia y variedad de doctrina, según el nivel y necesidad de sus oyentes, sin jamás ser sorprendidos “de manos vacías”. “Porque de la misma manera que el padre de familia debe alimentar los suyos en el mantenimiento corporal, así el doctor evangélico debe sustentar al pueblo cristiano con el sustento espiritual”.  [14]

Para nosotros es también una necesidad, cuando tenemos otros bajo nuestra responsabilidad, emplear todos los medios de la mejor erudición –antigua y actual- y de la más atrayente didáctica, con el fin de instruirlos y formarlos bien.

Jesús contemplaba, en esa ocasión, el futuro de su obra, no solamente con los conocimientos eternos de su divinidad, ni con los de la visión beatífica de su alma en la gloria, sino a través de su experiencia humana, y discernía los esplendores del desenlace final de todos los acontecimientos, después de sus dramas y sufrimientos durante la Pasión. Exultaba de alegría al ver con anticipación el triunfo de sus discípulos, de la Iglesia, y de los buenos en general después del Juicio, como también la justicia del Padre cayendo sobre aquellos que rechazarían su Revelación. Por esta razón, develaba delante del público –y también de sus discípulos- panoramas del porvenir, a veces sombríos y cargadas de gravedad, a veces con deslumbrantes y maravillosos resplandores. Sus oyentes, a veces, se llenaban de temor y de terror, y en otros momentos, de consolación y esperanza.

Porque el miedo es un excelente freno contra la invitación del mal, y la esperanza es uno de los mejores incentivos para llevarnos a Dios.

Fijemos nuestra comprensión y nuestro corazón en las maravillas del Reino de los Cielos, y conservemos un perseverante terror de la eternidad en el Infierno. ¡Por lo tanto, podremos ubicarnos entre los invitados que estarán a la mano derecha de Jesús, en el Juicio Final!

[12] Cf. TUYA OP, P. Manuel de. Biblia Comentada. Madrid: BAC, 1964, v. II, p. 321.

[13] GREGÓRIO I MAGNO, São. XL Homiliarum in Evangelia, h. 11: PL 76, 1114-1118.

[14] MALDONADO SJ, P. Juan de. Comentarios a los cuatro Evangelios. Madrid: BAC, 1950, v. I, p. 512.

Traducido del texto original en portugués: Comentário ao Evangelho – XVII Domingo do Tempo Comum – Ano A – Mt 13, 44-52

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