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viernes, 10 de abril de 2020

Comentario al Evangelio del Domingo de Pascua de Resurrección (domingo 12 de abril) por Mons. Joao Clá S. Dias, EP

[…] La Resurrección nos conquistó la verdadera vida.

Estábamos muertos, porque cargábamos la herencia del pecado original cometido por nuestros padres Adán y Eva, pero el Salvador nos obtuvo una vida nueva, infinitamente más valiosa que la humana: la participación en la propia vida divina. Y este tesoro merece ser tratado con especial cariño, dirigiendo nuestro amor en el rumbo correcto, según la enseñanza de la Liturgia del Domingo de Pascua.
Por esto San Pablo nos recomienda en la segunda lectura (Col 3, 1-4) que, una vez muertos para los vicios y resucitados con Cristo, orientemos nuestras preocupaciones para aquello que procede de lo alto y no para las cosas concretas que desvían los ojos y el corazón de nuestro destino eterno, tal como los difuntos que no se ocupan más de sus antiguos quehaceres al dejar esta tierra. ¡Cuánta agitación, fruto del egoísmo y de la vanidad! ¡Cuánta ilusión con el mundo, los elogios, la repercusión social! ¡Cuánta atención a la salud y al dinero! Cuidados que, hasta en aquello que es legítimo, nos arrastran y nos oscurecen los horizontes, y constituyen una falta contra el Primer Mandamiento, tan poco considerado en nuestro examen de conciencia.
La alegría de la resurrección final
No obstante, tengamos presente que Nuestro Señor Jesucristo vendrá para juzgar a los vivos y a los muertos. Entonces, a una voz suya, en un solo instante, las almas rencontrarán los cuerpos, auxiliadas por los Ángeles de la Guarda que se encargarán de reunir las cenizas [12]. Mientras peregrinamos en este valle de lágrimas, recordemos que hay apenas dos caminos al término de los cuales nos espera la eternidad feliz en el Cielo o sufriente e infeliz, en el infierno. ¡No hay una tercera vía!
Las santas mujeres encuentra vacío el Santo Sepulcro, luego de la Resurrección del Señor
Luego de nuestra resurrección, cuando finalmente salgamos de este “huevo”, la contemplación de Dios nos llenará de tanta alegría y consuelo que no habrá más posibilidad del menor sufrimiento. Será un goce espiritual, ya que nuestros ojos carnales no fueron hechos para ver a Dios. Sin embargo, es necesario que el cuerpo acompañe el alma en este estado, dada la entrañada unión existente entre ambos. Así él se tornará espiritualizado y a tal punto el alma lo dominará que, por un simple deseo, este elaborará sus propias ropas sin necesidad de recurrir a ilustres sastres. En el exterior traslucirán las maravillas puestas en el interior por un don divino, según afirma San Pablo, en la segunda lectura: "Cuando Cristo, tu vida, aparezca en su triunfo, entonces también aparecerás con Él, vestido de gloria” (Col 3,4). La resurrección producirá en cada bienaventurado una tan grande transformación que no nos reconoceremos más.
Este es el futuro que nos aguarda, tan superior a cualquier expectativa que no somos siquiera capaces de pensar cómo será: “Cosas que los ojos no vieron, ni oídos oyeron, ni corazón humano imaginó, tales son los bienes que Dios tiene preparado para aquellos lo aman” (I Cor 2, 9). Pidamos a Cristo Jesús que nos conceda, en su infinita misericordia, la plenitud de la vida sobrenatural conquistada por su Muerte y Resurrección.
[12] Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica. III, Suppl., q.77, a.4, ad 4.
Texto completo en: Evangelho domingo de Páscoa
(CLÁ DIAS, Mons. Joao Scognamiglio In: “Lo inédito sobre los Evangelios, Vol. I, Librería Editrice Vaticana)