[…] IV - ¡Encended
nuevamente el fuego de vuestro amor!
Después de dos milenios de esta gran predicación del
Salvador, la Liturgia de este domingo nos repite su llamado dirigido a cada uno
de nosotros. Con la misma caridad empleada para dirigirse a sus discípulos,
Jesús nos invita a dejarnos consumir como una llama de alabanza y adoración a
Él, recibiendo el fuego sagrado que había venido a traer al mundo. Abramos
nuestras almas a este fuego renovador que quema el egoísmo, cura los problemas,
eleva las mentes al deseo de las cosas celestiales y supera las barreras de la
falta de confianza, de fe y de ánimo. Basta una leve correspondencia de nuestra
parte con este amor para que se realicen maravillas, se supere el poder de la
oscuridad y se consolide el polo del bien. Y cuando el viento contrario de la
división venga sobre nosotros, tengamos en cuenta que Jesús ya lo había
anunciado y no nos negará fuerzas para la victoria, porque los malvados no
pueden triunfar sobre el fuego de la integridad, la inocencia, la radicalidad
en la bondad; en una palabra, de la santidad.
Con cuánto pesar constatamos que la humanidad de nuestros
días está precipitada en un insondable abismo de pecado y, más que nunca,
necesita de una purificación. La gravedad de las ofensas cometidas contra Dios
y los riesgos de salvación eterna por los cuales pasan las almas indican la
indiferencia de muchos frente al mensaje salvífico del Evangelio. En esta
situación nos cabe una pregunta, y con ella un examen de conciencia: ¿en qué
medida hemos colaborado en la reversión de este cuadro? ¿Cuál ha sido nuestra
generosidad en vista de tal situación, cuya única solución se encuentra en una
total entrega de nuestra vida a Cristo, para la cual debemos caminar con santo
afán?
Un ejemplo extraordinario de amor desapegado y lleno de fervor nos es ofrecido por la Santísima Virgen. Ella estaba consumida por la caridad, preocupándose por la situación del mundo, con el rescate de las almas que se perdían, deseando cooperar con la conversión de la humanidad. Al considerarse una nada, ardía de celo y, por esta razón fue visitada por el Arcángel San Gabriel, quien le trajo el premio por su fuego de amor: la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en su seno.
Según comenta el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, “la
principal alegría de Nuestro Señor durante su vida terrenal estaba en una
lámpara encendida en la casa de Nazaret: el Corazón Sapiencial e Inmaculado de
María, cuyo amor excedía el amor de todos los hombres, que hubo, hay y habrá
hasta el fin del mundo”. [11] Pidamos a la Virgen Santísima que se digne
transmitirnos una chispa de la caridad ardiente de su Corazón, a fin de que su
Divino Hijo se sirva de nosotros como fieles instrumentos en la propagación de
ese fuego purificador por toda la faz de la Tierra.Un ejemplo extraordinario de amor desapegado y lleno de fervor nos es ofrecido por la Santísima Virgen. Ella estaba consumida por la caridad, preocupándose por la situación del mundo, con el rescate de las almas que se perdían, deseando cooperar con la conversión de la humanidad. Al considerarse una nada, ardía de celo y, por esta razón fue visitada por el Arcángel San Gabriel, quien le trajo el premio por su fuego de amor: la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad en su seno.
[11] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia, São Paulo, 7
abril de 1984.
(CLÁ DIAS EP, Mons. Joao Scognamiglio In: “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen III, Librería Editrice Vaticana)
Texto completo en: Comentários ao Evangelho XX Domingo do Tempo Comum – Ano C –Lc 12,49-53
(CLÁ DIAS EP, Mons. Joao Scognamiglio In: “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen III, Librería Editrice Vaticana)
Texto completo en: Comentários ao Evangelho XX Domingo do Tempo Comum – Ano C –Lc 12,49-53