En el Paraíso Terrenal, Adán paseaba con Dios en la brisa de la tarde (cfr. Gn 3, 8). Dice, a este respecto, San Irineo: “El Jardín del Edén era tan bello y agradable que con frecuencia Dios se presentaba en él personalmente, paseaba y conversaba con el hombre, prefigurando lo que sucedería en el futuro, o sea, que el Verbo de Dios habitaría junto al hombre y conversaría con él, enseñándole su justicia”. [26]
Pero si este pasaje bíblico predice el inefable relacionamiento que la segunda persona de la Santísima Trinidad tendría con los hombres durante 33 años en esta tierra, a través de su sagrada humanidad, ella evoca aún más la convivencia celestial en la felicidad eterna, cuando contemplemos cara a cara al mismo Dios, que el hombre apenas atisbaba en el Paraíso.
Con la maternal preocupación de prepararnos para este sobrenatural relacionamiento, la liturgia de este domingo ilumina nuestro entendimiento y mueve nuestra voluntad. Pues, si por el bautismo, la gracia nos hace participar de aquello que el Espíritu recibió de Cristo, y Cristo recibió del Padre, ella nos eleva muy por encima de nuestra naturaleza humana para hacernos verdaderos hijos y herederos de la Santísima Trinidad. Como más precisamente nos enseña San Pablo: “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Romanos 8, 14).
Aun siendo meras creaturas, hay en el Cielo un trono preparado para cada uno de nosotros, y la consideración de tan gran dádiva nos invita a olvidarnos de las contingencias de la vida terrena y elevar el espíritu hacia la bienaventuranza eterna. Todos nosotros somos llamados a participar de la propia vida de Dios. Pertenecemos, como miembros adoptivos, a esta familia llamada Santísima Trinidad. Este es nuestro mayor tesoro.
La Santísima Trinidad |
Seamos agradecidos a la Divina Providencia, pidiendo la gracia de estar a la altura de todo lo que recibimos de Ella. Y pidamos, por medio de la hija dilectísima del Padre, Madre admirable de Nuestro Señor Jesucristo, y Esposa y Templo del Paráclito, que la Santísima Trinidad nos colme de dones místicos en el relacionamiento con el Padre que nos creó, con el Hijo que nos redimió, y con el Espíritu que nos santifica.
(CLÁ DIAS EP, Monseñor Joao Scognamiglio. In: “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen III, Librería Editrice Vaticana)
[26] ST. IRENAEUS, BISHOP OF LYON. The Demonstration of the Apostolic Preaching. London: Society of Promoting Christian Knowledge, 1920, p.82.
[27] Catecismo da Igreja Católica, n.2205.
Texto completo en: Evangelho Solenidade da Santíssima Trindade – Ano C - Jo 16,12-15