Debemos ser verdaderos heraldos del Evangelio por la palabra y por el ejemplo
5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.
Aquel que permanece en mí y yo en él, dará muchos frutos, porque sin mí nada
podréis hacer.
Este es uno de los más categóricos versículos sobre nuestra absoluta dependencia de la gracia para obrar cualquier acto sobrenaturalmente meritorio. Ya en el Concilio Milevitano (416) y en el XVI Cartaginés (418) fue destacada esta afirmación de Jesús haciéndose notar que Él no dijo que es difícil hacer algo sin su concurso, sino que es imposible: “Sin mí, nada podréis hacer”.
6 Si alguien no
permanece en mí, será echado fuera como el sarmiento, y se secará; después lo
recogerán, lo lanzarán al fuego y arderá.
San
Agustín, de forma sintética, pone luz sobre este versículo: “La leña de la vid
es tanto más despreciable si no permanece en la viña, cuanto más gloriosa si
permanece. De ella dice el Señor, por el profeta Exequiel que, cuando es
cortada, no le sirve para nada al agricultor, no sirve ni para trabajos de
carpintería (Exequiel 15, 5). Sólo le compete uno de estos dos destinos: la
vid, o el fuego. Si no está en la vid, estará en el fuego. Para que no esté en
el fuego, debe pues, conservarse en la viña”. [1]
7 Si permanecéis
en mí, mis palabras permanecerán en vosotros, pediréis todo lo que queráis y os
será concedido.
Esta
promesa de Jesús es conmovedora, pues como bien lo afirma el Cardenal Gomá,
Dios de cierto modo, obedecerá a los pedidos que se le hagan, como fruto de
esta permanencia en Cristo. Es necesario, sin embargo, guardar sus palabras con
amor y reflexión y ponerlas en práctica, a ejemplo de María Santísima, que
“conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19).
Observadas
las condiciones enunciadas en este versículo, la consecuencia será la de una
plena unión con Cristo. Siendo así, los pedidos serán infaliblemente
presentados de acuerdo con los deseos de Él y, por lo tanto, siempre atendidos.
8 En esto es glorificado mi Padre: en que vosotros deis mucho fruto y seáis mis discípulos.
La
verdad contenida en este versículo nos lleva a concluir que el propio Dios
también lucra –ad extra, es claro- en esta permanencia mutua. Ad intra, la gloria de Dios es
intrínsecamente absoluta, pero aquí está realizada la finalidad de las
criaturas inteligentes, ángeles y hombres, o sea, tributarle la gloria formal
extrínseca. La más alta alabanza que se pueda dar a Dios se encuentra en las
buenas obras. Además, al ser conocidas por los otros, ellas convidan a la
imitación. Y esta gloria consiste no sólo en la multiplicidad de los buenos
frutos, pero también en nuestra calidad de discípulos de Cristo –como lo fueron
los Apóstoles y muchos otros a lo largo de dos milenios-, o sea, en ser
verdaderos heraldos del Evangelio por la palabra y por el ejemplo.
[1]
Evangelho de São João comentado por Santo Agostinho, Coimbra, 1952, v. IV, p.
186.
Fuente: Monseñor João S. Clá
Dias, EP in “Lo inédito sobre los
Evangelios” Volumen II, Librería Editríce Vaticana.
Monseñor João S. Clá Dias, EP
es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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