El primer día del año, el calendario de los santos se inicia con la fiesta de María Santísima, en el misterio de su maternidad divina.
Elección acertada, porque de hecho Ella es «la Virgen madre, Hija de su Hijo, humilde y más sublime que toda criatura, objeto fijado por un eterno designio de amor». Ella tiene el derecho de llamarlo Hijo», y Él, Dios omnipotente, la llama, con toda verdad, ¡Madre!
Fue la primera fiesta mariana que apareció en la Iglesia
occidental.
Substituyó la costumbre pagana de las dádivas y comenzó a
ser celebrada en Roma, en el siglo IV. Antes de 1931 se conmemoraba el día 11
de octubre, pero con la última revisión del calendario religioso pasó a la fecha
actual, la misma donde antes se conmemoraba la circuncisión de Jesús, ocho días
después de haber nacido.
En un cierto sentido, todo el año litúrgico sigue las
huellas de esta maternidad, comenzando por la solemnidad de la Anunciación,
nueve meses antes de la Natividad.
María concibió por obra del Espíritu Santo. Como todas las
madres, trajo en el propio seno a aquel que solo ella sabía que se trataba del
Hijo unigénito de Dios, que nació en la noche de Belén.
Ella asumió para sí la misión confiada por Dios. Sabiendo,
por conocer las profecías, que tendría también su propio calvario, como madre
de aquel que sería sacrificado en nombre de la salvación de la Humanidad. Dios
que se hizo carne por medio de María.
Ella,
unión del Cielo y la Tierra
Ella es el punto de unión entre el Cielo y la Tierra.
Contribuyó para la obtención de la plenitud de los tiempos. Sin María, el
Evangelio sería apenas ideología, solamente «racionalismo espiritualista», como
registran algunos autores.
El propio Jesús a través del apóstol San Lucas (6,43) nos
aclara: «Un árbol bueno no da frutos malos, un árbol malo no da buen fruto».
Por tanto, por el fruto se conoce el árbol.
Santa Isabel, cuando recibió la visita de María ya cubierta
por el Espíritu Santo, exclamó: «Bendita eres tú entre las mujeres y bendito es
el fruto de tu vientre.» (Lc 1,42).
El fruto del vientre de María es el Hijo de Dios Altísimo,
Jesucristo, nuestro Dios y Señor. Quien acepta a Jesús, fruto de María, acepta
el árbol que es María. María es de Jesús y Jesús es de María. O se acepta a
Jesús y María o se rechaza a ambos.
Por tomar esta verdad como dogma es que la Iglesia
reverencia, en el primer día del año, a la Madre de Jesús.
Mons. João Clá Dias, EP |
Que la contemplación de este misterio ejerza en nosotros la
confianza inamovible en la Misericordia de Dios, para llevarnos al camino
recto, con la certeza de su auxilio, para abandonar los apegos y vanidades del
mundo, y asimilar la vida de Jesucristo, que nos conduce a la Vida Eterna.
Así, con esos propósitos entreguemos el nuevo año a la
protección de María Santísima que, cuando se tornó Madre de Dios, se hizo
también nuestra Madre, se incumbió de formar en nosotros la imagen de su Divino
Hijo, desde que no opongamos de nuestra parte obstáculos a su acción maternal.
La conmemoración de María, en este día 1 de enero, se suma
al Día Universal de la Paz. Nadie más podría encarnar los ideales de paz, amor
y solidaridad que Ella, que fue el terreno donde Dios fecundó su amor por los
hijos y de cuyo vientre nació aquel que personificó la unión entre los hombres
y el amor al prójimo, Nuestro Señor Jesucristo.
Celebrar a María es celebrar a nuestro Salvador.
Día de la Paz, día de nuestra Madre, María Santísima.
¡En los tiempos sufridos en que vivimos, un día de reflexión
y esperanza! ◊
Fuente: Mons. João Clá Dias, EP. In «Pequeño Oficio de la Inmaculada Concepción comentado», San
Pablo, 1997.
Monseñor João S. Clá Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio.
Se autoriza su
publicación citando la fuente.
Muy bonitas reflexiones y comentarios sobre la maternidad de la Santísima Virgen
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