La encíclica Quas primas de Pío XI, publicada en 1925, goza hoy en día de una merecida fama, y la anual celebración de la solemnidad de Cristo Rey perpetúa la eficacia de sus benéficos efectos. Ante el laicismo que pretendía imponerse ya en aquella época, el pontífice proclamó con gallardía la realeza del Príncipe de la paz. Sin embargo, sus enseñanzas no fueron escuchadas, y casi un siglo después la humanidad se encuentra cada vez más alejada del divino cetro de Jesucristo, negándole las prerrogativas de soberano en el ámbito temporal, y hasta en el religioso, con graves consecuencias para la vida moral, familiar, social e incluso económica.
Rey sumamente misericordioso
El Evangelio seleccionado por la liturgia [Solemnidad de Cristo Rey] es la expresión
más conmovedora y misericordiosa del reinado de Cristo, Cordero inmolado, que
en su piedad suscita la fe del malhechor y la premia, prometiéndole el Paraíso
al cruzar el umbral de la muerte.
El pasaje de San Lucas que nos ocupa es de una belleza
inefable. Clavado en la cruz, Nuestro Señor continúa haciendo el bien, el sumo
bien, que consiste en llevar al Cielo a un pecador. Ninguno de los milagros
realizados por Él anteriormente, incluso el de resucitar a los muertos,
manifiesta tanto su divino poder como la conversión y salvación del buen
ladrón, así llamado no en función de sus hurtos, sino de su arrepentimiento en
el momento decisivo.
Jesús resplandece, en medio de llagas y escarnios, como
rey. Sí, Rey de ese Reino que no es de este mundo. Pero también rey en medio de
esbirros y un sanedrín blasfemo, pues la maldad más encarnizada de los hombres
no le priva de la libertad de premiar a una oveja descarriada que in extremis
abre su corazón pobre e inmundo al Buen Pastor, siendo acogida por Él con un
abrazo de compasión, amor y ternura que durará toda la eternidad.
¡Esperemos
la venida del Reino de Jesús, por medio de María!
Como eco fidelísimo del Señor de los señores, proclamamos
llenos de fe que el mundo camina rumbo al triunfo espiritual de Cristo, que se
irradiará en los corazones de los hombres e imperará sobre las instituciones,
las costumbres, las modas, los gustos, las sociedades y las familias. Se habrá
cumplido entonces la otra petición del Padre nuestro: «Venga a nosotros tu
Reino».
Esta victoria, no obstante, se hará efectiva por intercesión
de María Santísima, asociada íntimamente al misterio de la salvación como Corredentora
y Madre de la nueva humanidad rescatada por la sangre del Cordero. También Ella
prometió en Fátima que su Inmaculado Corazón triunfaría, junto al de Jesús, con
el cual forma un solo Corazón.
Casa de Formación Thabor, de los Heraldos del Evangelio, Caieiras (Brasil).
Los medios por los cuales se llevará a cabo ese triunfo nos
son desconocidos en sus detalles. Sabemos únicamente que, como el buen ladrón,
la humanidad debe ser sacudida hasta el extremo de reconocer, humillada, su
prevaricación y su culpa. Entonces, entre la aspereza de la penitencia, será
elevada a una altura espléndida por un nuevo Pentecostés mariano, pues sin la
gracia tal conversión no se obrará. Son necesarios, en verdad, irresistibles
torrentes de gracia.
Nos corresponde apresurar ese momento con nuestra oración confiada, lucha incansable y generoso espíritu de sacrificio. ◊
Trechos extraídos de Revista Heraldos del Evangelio, Año XX N° 232. Noviembre de 2022.
Fuente: Heraldos del Evangelio – Uruguay
Se autoriza su publicación citando la fuente.
Ilustración superior: Cristo Rey - Iglesia de Nuestra Señora de la Gloria, Juíz de Fora (Brasil).
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