El conjunto de las enseñanzas contenidas en el Evangelio
de este 14º Domingo del Tiempo Común nos lleva a una importante conclusión. La
ilusión óptica es una de las numerosas impresiones engañosas captadas por
nuestros sentidos, los cuales, por este motivo, deben ser sometidos a los
sensatos juicios de la razón. Sin embargo, si muchas de las percepciones
transmitidas por la sensibilidad pueden ser falsas, nada es causa de tantas
ilusiones -desde los inicios de la historia, comenzando por Adán y Eva en el
Paraíso- como el modo de obtener la felicidad. Este es el deseo primordial del
hombre, buscado con ardor insaciable durante toda su vida.
En el mundo de hoy, muchos la confundirán con las
innovaciones de la técnica o la ciencia; otros, con los dictados de la moda y
el culto a la salud; y otros, con los beneficios financieros, el éxito en los
negocios, las relaciones sociales, la realización profesional, los sueños
románticos, etc.
Además de no saciar la sed de felicidad natural, estas
ilusiones del mundo no solo ponen en peligro la felicidad eterna, sino que
también conducen al pecado, que es un desorden del hombre en relación con su
fin, que es Dios, trae como consecuencia inevitable, después de una
satisfacción pasajera, la frustración y
la tristeza.
A la misión de los setenta y dos discípulos elegidos por
Jesús bien le cabría el título de evangelización de la felicidad, bajo dos
aspectos. Primero en cuanto a los discípulos, porque se entregaban por entero
en beneficio del prójimo, movidos por el amor de Dios, viviendo en sí mismos
como “hay más alegría en dar que en recibir” (Hc 20, 35). Después en relación a
las almas favorecidas por la predicación, porque les era ofrecida la
posibilidad de cumplir los designios de Dios, transformando la vida terrenal en
preparación para el Cielo.
También a todos nosotros, los bautizados, el Maestro nos
llama a la verdadera felicidad, fruto de la buena conciencia y de la fidelidad
a la vocación individual otorgada por Él propio, ya sea en el estado
sacerdotal, en el religioso o en el laico. Tal felicidad tendrá como esencia la
evangelización, o sea, hacer el bien a las almas, presentándoles las bellezas
de lo sobrenatural e instruyéndolas en la verdad traída por Cristo al mundo. En
suma, hoy el Salvador nos convoca a transmitir a todos los hombres y mujeres la
alegría de glorificar a Dios, trabajando para que la voluntad de Él sea
efectiva en la tierra como en el Cielo. ◊
Fuente: Mons. João
S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre
los Evangelios” Volumen III, Librería Editrice Vaticana.
Se autoriza su publicación citando la fuente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario