[...] III – Jesús continúa obrando por
medio de sus ministros.
47 “…’y que en su
nombre debía ser predicado el arrepentimiento y la remisión de los pecados a
todas las naciones, comenzando por Jerusalén. 48 Vosotros sois los testigos de
estas cosas’”.
El Evangelio de este III Domingo de la Pascua concluye con la aclaración formal y categórica de parte de Jesús a los Apóstoles, al respecto de la misión que les encargaba. Aprovecha esta ocasión para conversar sobre el tema más importante para ellos y, por lo tanto, para la santa Iglesia naciente. Se trataba que asumieran la misma misión de Nuestro Señor Jesucristo, pues éste permanecería en el mundo por medio de ellos.
Nada debería ser olvidado: ni la
Pasión con sus méritos, ni la propia vida del Divino Maestro, con sus
enseñanzas. Se concretiza, en esta ocasión, una identidad de misión entre Jesús
y los Apóstoles. De hecho, en la oración dirigida al Padre, en la Última Cena,
ya había revelado este enfoque: “Yo les transmití las palabras que me confiaste
y ellos las recibieron y reconocieron verdaderamente que salí de ti, y creyeron
que me enviaste. Les di tu palabra, pero el mundo los odia, porque ellos no son
del mundo, como también yo no soy del mundo. Como tú me enviaste al mundo,
también yo los envié al mundo” (Juan 17,
8.14.18).
Anteriormente, incluso había
afirmado: “Quien os oye, a mí me oye, quien os rechaza, a mí me rechaza, y
quien me rechaza, rechaza a aquel que me envió” (Lc 10, 16).
Así diría San Pablo más tarde, con tono de plena certeza: “El apóstol es ministro de Cristo” (I Cor 4, 1); y “es el mismo Dios que habla por sus labios” (II Cor 5, 20). Los discípulos deben predicar e implantar la Iglesia en todas partes, con la misma autoridad divina con que Cristo realizó su misión en el mundo, tal como nos relata San Mateo: “Todo lo que atéis sobre la Tierra será atado en el Cielo; y todo lo que desatéis sobre la Tierra, será desatado en el Cielo” (18, 18). Y San Marcos: “Id por todo el mundo, y predicad el Evangelio a toda creatura” (16, 15).
Mons. Joao S. Clá Dias, EP |
Cristo los constituyó sacerdotes
de la Iglesia, para salvación y santificación de las almas, haciéndolos
herederos y participantes de su sumo y eterno sacerdocio. Esta misión continúa
aún en los días actuales y deberá perdurar hasta el fin de los tiempos, a través
del ministerio sacerdotal.
Tal como Jesús, el presbítero da
“gloria a Dios en lo más alto de los Cielos, y paz en la Tierra a los hombres
objeto de la buena voluntad de Dios” (Lc 2, 14). Es el alter Christus: “Como el Padre me envió, así yo os envío” (Juan 20,
21). Así, la obra universal de redención y transformación del mundo traída por
Nuestro Señor Jesucristo, con toda su divina eficacia, la sigue obrando, y
seguirá siempre, a través de sus ministros. [11]
[11] Cf. PIO XI. Encíclica Ad
catholici sacerdotii, 20/12/1935, n.12.
Trechos extraídos del texto
original en portugués: Comentários ao Evangelho —3º Domingo Da Páscoa - Ano B; Lc24, 35-48- por Mons. João S. Clá Dias, EP
Se autoriza su
publicación citando la fuente.
[Monseñor João S. Clá
Dias, EP es fundador de los Heraldos del Evangelio]
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