Para redimir al hombre. Para destruir el pecado.
Para abrirnos las puertas del cielo. El auge del sufrimiento fue el auge de la
victoria.
Caminando el Señor Jesús con sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo,
muy poco después de haber elegido a San Pedro como la piedra sobre la que
"edificaré mi Iglesia", les transmite lo que llaman expresivamente
muchos autores como el "código de vida" para su escuela espiritual y
sus seguidores.
A ningún maestro, legislador o líder se le
ocurriría –en aquellos tiempos– proponer lo que, de forma lapidaria, proclamó
Nuestro Señor Jesucristo: "el que quiera venir en pos de mí, que se niegue
a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Mt 16, 24). Esta
declaración llenó de espanto al corazón de sus discípulos. Resumía un programa
de vida contrario a todas sus expectativas, al ambiente que vivían aquellos que
fueron llamados para ser sus seguidores.
Les anunciaba Nuestro Señor que sería colocado en
el madero de la Cruz, que "sería desechado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día" (Lc 9,
22).
Fue así, que, "el más bello de los hombres
ofreció su rostro, lleno de hermosura, a los salivazos de los malvados; sus
ojos, al velo con que se los taparon los inicuos; su espalda, a los azotes; su
cabeza, a la crueldad de las espinas; toda su persona, a los oprobios e
injurias, soportando, finalmente, la cruz, los clavos, la lanzada, la hiel y el
vinagre, todo ello con dulzura, con mansedumbre, con serenidad. En resumen,
como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no
abría la boca", como nos relata el beato Elredo, abad.
La Cruz pasó a ser así el emblema de todo católico.
Por eso San Pablo manifiesta que predica a "Cristo Crucificado, escándalo
para los judíos, locura para los gentiles, pero poder y sabiduría de Dios para
los llamados, sean judíos sean griegos" (1ª Corintios, 1, 23-24).
Benedicto XVI |
"De signo de maldición, la cruz se ha
transformado en signo de bendición" (Benedicto XVI, 17-9-2005). De tal
forma que lo primero que aprendemos en el Catecismo es a signarnos, diciendo:
"por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios
nuestro", haciéndolo tres veces, en la frente, en los labios, en el pecho.
Y marcamos los momentos más importantes de nuestras vidas, con la señal de la
Cruz: en el comienzo y final de nuestras oraciones, al levantarnos y antes de
acostarnos, antes de las comidas, previamente a cualquier acto de nuestra vida
privada, sea cuando viajamos, cuando comenzamos un trabajo o un estudio; se
encuentra en el cuello de todo cristiano, en lugares importantes de nuestros
hogares y de trabajo, en los estandartes, sobre las torres de los templos; en
la celebración de la Santa Misa, la Cruz preside frente al sacerdote en el
altar. Y siempre rezamos y proclamamos: "Te adoramos Cristo y te
bendecimos; que, por tu Santa Cruz, redimiste al mundo".
Considero que, para terminar, nada mejor que dar
"espacio" a una de las estaciones de la Vía Sacra compuesta en el año
1953, por el gran líder católico brasileño del siglo XX, Plinio Corrêa de
Oliveira, meditación que nos abrirá los horizontes espirituales para la Semana
Santa que comenzamos a vivir.
XII Estación, Jesús
muere en la Cruz: Llegamos por fin al auge de todos los dolores. Los padecimientos
físicos llegaron al extremo y los sufrimientos morales alcanzaron su auge:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
Sí, ¿por qué? ¿Por qué, si era Él la propia inocencia? Abandono terrible
seguido de la muerte, y de la perturbación de toda la naturaleza. El sol se
veló. El cielo perdió su esplendor. La tierra se estremeció. El velo del templo
se rasgó. La desolación cubrió todo el universo.
¿Por qué? Para redimir al hombre. Para destruir el pecado. Para abrirnos
las puertas del Cielo. El auge del sufrimiento fue el auge de la victoria.
Estaba muerta la muerte.
Todo esto fue para salvarnos. Salvar a este hombre que soy yo. Mi
salvación ha costado todo ese precio.
Por la Sangre y por el
Agua que manaron de Tu Divino Costado, por la llaga de Tu Corazón, por los
dolores de María Santísima, Jesús, dame fuerzas para desapegarme de las
personas, de las cosas que me puedan apartar de Ti. Mueran hoy, clavadas en la
Cruz, todas las amistades, todos los afectos, todas las ambiciones, todos los
deleites que de Ti me separan.Padre Fernando Gioia, EP |
El Padre Fernando Gioia, EP pertenece a los Heraldos del Evangelio